Siguiendo la tradición de cada año, 2013 comienza con los diarios financieros a rebosar de predicciones económicas. Explica James Montier, estratega de la gestora GMO, que en el año 2008 el consenso de analistas pronosticaba que los precios de las acciones iban a subir un 24% (si atendemos a sus precios objetivos). La realidad fue que cerraron el año cayendo casi un 40%. De hecho, en cuatro de los nueve años comprendidos entre 2000 y 2008, esos mismos expertos ni siquiera acertaron con la dirección del mercado (es decir, cuando pensaban que las bolsas subirían, estas bajaron, y viceversa). Es más, el consenso de economistas, siempre según Montier, no ha predicho ninguna de las cuatro últimas recesiones… y, ahora viene lo bueno, ni siquiera cuando ya estábamos inmersos en ellas. Parece que una moneda al aire da igual resultado que un máster en análisis bursátil y veinte años de oficio. Entonces ¿para qué sirven las predicciones en economía? En palabras del célebre economista estadounidense John Kenneth Galbraith, para hacer que la astrología parezca respetable.
Lo bonito del caso no es que estos seres, algunos de los cuales cobran verdaderas fortunas por predecir, continúen aventurando previsiones y continúen pifiándola incesantemente, lo más bonito es que el resto de mortales sigamos hurgando ávidamente por diarios e internet en busca del Oráculo que nos desvele el futuro.
Sin lugar a dudas uno de los vaticinios recientes más perturbadores es el de los agoreros que mantienen que, como consecuencia de esta crisis, nos acabaremos despeñando por una espiral de hiperinflación.
Tradicionalmente el principal enemigo de los que han acumulado un cierto patrimonio (a los que se suele aludir con el eufemismo de “ahorradores”) ha sido la inflación. Y el enemigo en sí no es tanto la subida generalizada de precios como la pérdida de valor del dinero. Los bienes cuyo precio aumenta no experimentan cambio alguno. Una naranja sigue siendo una naranja antes y después del repunte inflacionista de su precio. Lo que sí sufre un cambio profundo son los billetes que atesoramos en la cartera, pues aunque continúan luciendo los mismos guarismos, de 50, 100 o 200 euros, su valor es lo que realmente cambia, es lo que realmente mengua. Los economistas se refieren a ese fenómeno mediante la expresión “la ilusión del dinero” (del inglés ‘the illusion of money’): tenemos los mismos billetes en el bolsillo pero por el efecto de la inflación podemos comprar muchos menos bienes. De ahí que una traducción más atinada fuese el “espejismo del dinero”, en referencia a su carácter ficticio.
Pero el problema con la hiperinflación no es tanto el repunte de precios sino la pérdida total de la confianza en la moneda. En los episodios de hiperinflación, la gente huye del dinero, prefiere intercambiarlo inmediatamente por cualquier bien o activo antes que acumular billetes; debido sobre todo a que la pérdida de valor no es relativamente paulatina, como a la que nos hemos acostumbrado en las últimas décadas, sino fulminante. Algunos advierten de que tanto EEUU como Grecia (o cualquier otro país periférico con precarias finanzas públicas) podrían caer en una espiral de hiperinflación. En el primer caso sería por elección: debido a las ingentes inyecciones monetarias del banco central y a la política fiscal del gobierno americano, y en el caso heleno por obligación, ya que ante una potencial salida del euro es posible que se vieran abocados a imprimir dinero a mansalva para cubrir el déficit del estado (aunque su déficit primario parece estar mejorando últimamente).
Para ilustrar la máxima de Voltaire de que el papel moneda siempre vuelve a su valor intrínseco, a saber, cero, Art Cashin, veterano de Wall Street, recordaba recientemente qué sucedió durante la República de Weimar en Alemania. Si al inicio de la Primera Guerra Mundial eran necesarios 4,2 marcos para comprar un dólar americano, a finales de 1923, una década antes de que Hitler llegara al poder, se necesitaban 4,2 billones de marcos para comprar un dólar. Cashin prosigue con un ejemplo esclarecedor (en dólares): en 1914 una barra de pan en Alemania costaba 13 céntimos, nueve años más tarde por esa misma barra de pan había que pagar cien mil millones de dólares (para despejar dudas: a 100.000.000.000$ por barra). Es decir los germanos lo perdieron absolutamente todo. Al parecer lo que forzó a Alemania a semejante situación fueron las onerosas condiciones que los países victoriosos de la Primera Guerra Mundial impusieron sobre el país. Las reparaciones que se le exigieron acabaron por asfixiar al país y abocarlo a la impresión masiva de dinero para cubrir el creciente déficit fiscal. Para algunos, dichas reparaciones no distarían mucho de las que ahora la propia Alemania está imponiendo a los países derrotados en la Guerra de la Deuda en que nos hallamos inmersos.
Ya sea en la Alemania pre-nazi, la Argentina de principios del siglo XXI o el Zimbabue de los últimos tiempos, los que más sufren en un periodo de hiperinflación son los más débiles. Un jubilado en cualquiera de esas situaciones seguro que padece una suerte de síndrome de safety car, como en la Fórmula 1. Es fácil de imaginar la cara de tonto que se le debe de quedar a uno cuando después de toda una vida dando vueltas como un loco al monótono circuito, a última hora le sacan a pista el safety car de la hiperinflación, y pierde toda la ventaja acumulada. Contador a cero: todo el poco o mucho dinero que haya conseguido ahorrar se desintegra, convirtiéndose en confeti (sin necesidad de haber invertido en preferentes). Cosa que es verdaderamente dramática en el caso de los jubilados que dependen de su pensión porque el margen de maniobra al final de la carrera es nulo. No hay tiempo, ni posiblemente capacidad, para volver a generar recursos.
Por fortuna, hay otros conocidos pitonisos financieros, como John Mauldin, cuyas bolas de cristal arrojan un devenir más halagüeño. Mauldin descarta la hiperinflación como posible desenlace en EEUU, ya que confía en que la solidez de sus instituciones no lo permitirá. ¿Y en el caso de Grecia y demás periféricos? Ese ya es otro cantar.
Óscar Ramírez
ara hem de comprar doncs?
ResponEliminauf necessito un curs d'economia ja
Excelente artículo! ¿Se interpreta que la salida del Euro es un suicidio para los periféricos, y que más vale agarrarse pese a lo que ya nos está costando?
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