¿Cuánto nos duele la verdad? ¿De verdad queremos conocer realmente toda la verdad? ¿Seguro?
Además de otras muchas cosas, Wikileaks nos ha descubierto y nos hace reflexionar sobre dos puntos muy interesantes. Como era muy difícil imaginar que la mayoría de los contenidos de Internet hayan sido producido por los mismos usuarios, Wikileaks nos puso de manifiesto que la tecnología en un sentido amplio, considerada hasta ahora, como una amenaza a nuestra privacidad y una herramienta conspirativa con la cual el poder penetra y controla nuestras vidas, también puede funcionar a la inversa.
Wikileaks nos ha demostrado que también los ciudadanos comunes pueden desafiar al poder (en este caso al Departamento de Estado norteamericano), introduciéndose en sus reuniones secretas, revelando sus secretos, y sobre todo – en particular gracias a Internet - pueden difundir una cantidad enorme de información a un gran número de personas.
Es decir, si hasta ahora hemos considerado las nuevas tecnologías - en su evolución prodigiosa - especialmente en términos orwellianos, viendo Grandes Hermanos (no el de la tele) y Echelon en todas partes, desde Wikileaks, en cambio, podemos concebirlas como un arma para atacar y controlar el poder, un medio con el cual los buenos pueden contestar a los malos. Aunque - como ya está ocurriendo - los malos trataran de oponerse a estos ataques, el valor revolucionario de Internet es enorme y, sin duda, subestimado.
Se dice: Wikileaks nos ha revelado la verdad. Hagámonos, sin embargo, algunas preguntas. ¿Es esto (en pocas palabras: despachos diplomáticos confidenciales) la verdad? ¿Nos es útil conocer esta verdad? ¿Es, además, la democracia compatible con la aparente falta de transparencia, según lo revelado por Wikileaks?
¿Cuál ha sido nuestra reacción al leer los documentos que sacó a la luz Wikileaks? Casi todos hemos pensado lo mismo: se trata de cosas que ya sabíamos. Y así es. La diferencia es que ahora ya no podemos fingir que no lo sabemos. La sacudida dada por Wikileaks no consiste tanto en levantar el velo que ocultaba la verdad, sino más bien en dar un golpe fatal a las apariencias.
Creemos que la democracia tiene que ser absolutamente transparente, porque los que manejan los asuntos públicos representan a los ciudadanos quienes por lo tanto tienen derecho a saberlo todo. Después de Wikileaks ya no podemos fingir que no sabemos que esto no es cierto. Wikileaks pone en peligro los mecanismos formales de la democracia. ¿Pero es útil para el funcionamiento de nuestra sociedad que esto haya sucedido?
En un reciente artículo el sublime filósofo Slavoj Zizek relata lo que pasa en la película The Dark Knight (Batman): el fiscal de la ciudad está dañado, se convierte en un asesino y muere. Batman y su amigo policía se dan cuenta que revelar esta verdad pondría en peligro la estabilidad y la tranquilidad de los ciudadanos. Por eso, Batman convence al policía de asumir la responsabilidad de los asesinatos cometidos por el fiscal. En otras palabras, para poner a salvo el buen funcionamiento de la sociedad y no incomodar a la opinión pública, es necesario ocultar la verdad.
Zizek también se refiere a un episodio que sucedió en realidad, durante la crisis de los misiles de 1962, cuando John Kennedy contestó conciliante a una carta de Jrushchov, fingiendo no haber recibido otra carta siguiente, mucho más amenazante a la cual habría tenido que responder con nuevas amenazas . Incluso Jruschov pretendió que su segunda carta no existía y la crisis se resolvió. Churchill también ordenó que no se publicaran los verdaderos datos sobre las pérdidas de la Royal Navy en los años más oscuros de la guerra con el fin de no desmoralizar a la opinión pública. Y a continuación, Inglaterra ganó la guerra, también por el ánimo inquebrantable de su pueblo. En otras palabras: ¿es siempre útil y deseable - en un contexto como el democrático en el cual la transparencia y la verdad total son teóricamente imprescindibles - que siempre se diga la verdad? Desde Sócrates a Jesucristo, quien revele la verdad, o mejor dicho, quien perturbe las apariencias, acaba muy mal y - desde cierto punto de vista - es culpable de amenazar el buen funcionamiento de la sociedad.
Si no es correcto aceptar las mentiras más sombrías del poder o, en general, de nuestro interlocutor, tal vez la verdad tampoco se corresponde con declaraciones a micrófono apagado y tal vez no sea del todo apropiado y deseable que todas las apariencias y formalidades desaparezcan. En algunas ocasiones ser capaz de jugar el juego es esencial. Cancelar las apariencias puede poner en peligro incluso lo que hay detrás.
Podemos llevar - provocativamente - el mismo razonamiento a otro contexto, en el cual es teóricamente igual de importante que toda la verdad sea disponible: las relaciones de pareja. Una vez más, se dice que la pareja debe basarse en la confianza total: ¡no hay verdad que ocultar! De ello se deduce que debemos considerar justo y conveniente que nuestra pareja tenga pleno acceso a los mensajes de nuestro móvil, a nuestro correo electrónico, al contenido de nuestras llamadas telefónicas, etc. ¿Esto es útil y esencial para una relación buena pareja? Por supuesto, análogamente a lo que hemos escrito más arriba, no es bueno que escondamos a nuestra pareja - por ejemplo - una relación clandestina, pero, ¿queremos y consideramos sano conocer siempre toda la verdad? Incluso algunos comentarios menores entre compañeras/os de trabajo hechos detrás de las escenas? O incluso una aventura después de una noche loca? ¿Es eso la verdad? ¿Y estamos seguros que creemos esencial conocerla?
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Excelente artículo!! Breve y completo!
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