Podría decirse que últimamente los mercados financieros se asemejan bastante al camarote de los hermanos Marx. Atraídos por las elevadas rentabilidades de las bolsas recientemente, igual que sucedió durante la burbuja inmobiliaria, van entrando cada vez más inversores para unirse a la fiesta. Espoloneados por banqueros centrales disfrazados con chaqué, puro en ristre y bigote pintado, es decir de Grouchos al grito de ¡más madera!, cada vez son más los inversores que se ven forzados a entrar en este claustrofóbico camarote. ¿Las razones? No quedarse rezagados respecto a sus competidores, o también la mera codicia. Además, nuestra particular embarcación va dando bandazos sin ton ni son. Como muestra un botón: el jueves pasado Mario Draghi, presidente del Banco Central Europeo, anunciaba un recorte histórico de tipos de interés y todos los inversores se apelotonaban en el extremo eufórico del camarote, y la bolsa subía cerca de un 2%. Minutos después, se enteran de que el recorte se debe a la preocupación del banco central por la deflación y sus efectos perversos. Los mismos inversores, hacinados en el habitáculo, corren ahora despavoridos hacia el otro lado, vendiendo como locos lo que acababan de comprar. El mercado cayó entonces un 1%. En un plis-plas una pérdida del 3%. No está nada mal para unos mercados cuyos participantes se suponen racionales.
Un indicio de que las bolsas (en realidad la mayoría de activos financieros con algo de riesgo) están a petar es la cantidad de deuda que los inversores vienen contrayendo para comprar acciones (compra con apalancamiento o margin debt en inglés). La cantidad de deuda asumida por los inversores en la bolsa de Nueva York se encuentra en niveles extremos, cercana a la de 1999-2000, justo antes de la explosión de la burbuja tecnológica. Todo muy reminiscente de los tiempos que precedieron, por ejemplo, al crac de 1929. El problema de la deuda es que igual que hace subir los beneficios espectacularmente, también magnifica las pérdidas sobremanera. Y cuando las cosas se tuercen, todos se ven obligados a vender en tropel para devolver los créditos. Es obvio que unos mercados dominados por la deuda especulativa son muy frágiles y sensibles a las más mínimas variaciones o cambios de humor de los inversores. Y la estampida en última instancia es inevitable. Al final de la memorable escena de Una Noche en la Ópera, alguien abre la puerta y todos salen dando tumbos en tropel del camarote.
El de la deuda es solo uno de los indicadores que anticipan problemas en los mercados financieros. Hay muchos otros que advirten de sobrevaloraciones extremas. ¿Acaso los inversores desconocen estos preocupantes indicadores? No, simplemente prefieren hacer caso omiso de los mismos. Justo antes de que estallara la presente crisis, al consejero delegado del banco Citigroup, Charles Prince, le preguntaron si era prudente seguir concediendo créditos a destajo. La respuesta de Prince fue: mientras suene la música, tienes que levantarte y ponerte a bailar. Nosotros seguimos bailando, añadió. Con la crisis y el rescate de Citigroup, a Prince lo acabaron poniendo de patitas en la calle.
No sé a vosotros, pero a un servidor todo esto le recuerda bastante lo de la proverbial orquesta del Titanic. Pues eso, ¡que suene la música!
Óscar Ramírez
Fa temps que tinc la sensació que estem dins un titànic a la deriva. El problema és que igual que el titànic hi ha classes i no tothom té el camarot a la mateixa planta. Les classes més baixes tenen els camarots més baixos i foscos. I per tant no tothom s'ofega al mateix moment.
ResponEliminafantástico, como siempre! Es decir: ¿la crisis grande (a nivel mundial) está aún por llegar?
ResponEliminaSort que no sóc Jack Dawson... Però emprenya veure que després aquesta trepa de malparits et donen lliçons sobre com t'ho has de manegar per ser competitiu :-(
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