De vez en cuando, hago un juego mirando a la gente: transporto los rostros de la gente en una época pasada. Por ejemplo, si estoy en Roma, me imagino la cara de alguien transportado a los zapatos de un centurión romano, con su casco, espada y capa roja. O la mujer en la cola del supermercado en frente de mí se convierte en una diva de los años treinta, un camarero o un mesero de Ávila en un caballero de la época del Quijote. Me permito también experimentos más irreverentes, como fantasear con la cara de un chico alemán en uniforme nazi ...
Pensándolo bien, nuestros rasgos, como ejemplares de Homo sapiens, son los mismos desde hace varios miles de años: solo cambia el peinado, la ropa, alguna moda en boga en un tiempo concreto y que se olvidó por completo unos años más tarde, pero por lo demás somos iguales a los sumerios, romanos y - más aún - a los que nos precedieron en sólo unas pocas décadas.
Hace poco visité un refugio antiaéreo en Barcelona. El refugio se encuentra en una plaza peatonal llamada Plaça del Diamant (en Gràcia), homónima al magnífico libro de la escritora catalana Mercè Rodoreda. La entrada se asemeja a la de un aparcamiento subterráneo: una puerta como en un puesto de guardia en el centro de la plaza al lado de toboganes y columpios para los niños, y se abren estrechas escaleras que conducen a la oscuridad bajo la tierra.
Barcelona fue duramente bombardeada durante la Guerra Civil (1936-39). Fue la primera ciudad europea a sufrir el bombardeo aéreo denominado "alfombra", diseñado exclusivamente para afectar a la población civil. El bombardeo de Guernica (26 de abril de 1937), hecho trágicamente famoso por la pintura de Picasso, arrasó literalmente la localidad vasca, pero en ese caso podía haber una justificación estratégico-militar (que a menudo se sacó a relucir) porque el frente pasaba a pocos kilómetros de distancia. Barcelona, en cambio, fue objeto de bombardeos aún cuando el frente quedaba muy lejos, como a 300 km y la única razón de los ataques aéreos era golpear a la población civil.
Las escaleras son empinadas y estrechas y el túnel pronto deviene claustrofóbico. Veo ante mí las cabezas de la gente que va bajando, cada vez mas abajo. No hay pasamanos, nos sujetamos rozando las paredes cubiertas de ladrillos oscuros, perfectamente colocados uno sobre el otro. Yo los miro mientras que me inserto bajo la Plaça del Diamant preguntándome quién los habrá puesto allí, con qué animo, probablemente cuando las bombas eran ya una amenaza real. Algunos están mojados.
El bombardeo más trágico tuvo lugar en marzo de 1938, cuando un raid continuó durante 41 horas causando casi 1.000 muertos. El eco de la masacre (por desgracia, pronto superada por lo que sucedió durante la Segunda Guerra Mundial) fue tan grande que el mismo Winston Churchill evocó el coraje de la gente de Barcelona cuando, el 18 de junio 1940, la víspera de la batalla de Inglaterra (la larga campaña aérea alemana que causó cerca de 27.000 víctimas civiles entre los británicos) dirigió un famoso discurso a sus conciudadanos “...our countrymen will show themselves capable of standing up to it, like the brave men of Barcelona.” [... nuestros compatriotas que se mostraran capaces de resistir, como el valiente pueblo de Barcelona.].
La guía es una chica catalana. Después de cuatro tramos de escaleras, nos dice que podemos sentarnos. Somos unas veinte personas. En ambos lados del túnel que en ese punto es casi en ángulo recto hay bancos de cemento. Un cartel dice que podría albergar a 62 personas. Ella se sienta justo en la esquina y nosotros de lado a lado. Nos dice que estamos justo debajo del bar antes del cual quedamos unos minutos antes. La galería tiene una altura de unos 2 metros y 1.5 de ancho. Una vez sentados, cada persona tiene otra a su lado, y sus rodillas casi se tocan contra las de quienes se sientan enfrente. La mirada, inevitablemente, acaba en los ojos de los demás. Es inevitable imaginarse allí abajo de la Plaça del Diamant, mientras fuera caían las bombas.
Es la primera vez que visito un refugio antiaéreo. Sin embargo, no se trata de algo ajeno a mi experiencia. Mi ciudad (Bolonia) fue duramente bombardeada durante la guerra (por el frente anglo-americano cuando la ciudad estaba ocupada por los alemanes) y las señales que indican la ubicación de los refugios son todavía visibles en las paredes de varios edificios boloñeses. Mi abuela pasó muchas horas en los refugios entre el 15 de julio de 1943 y el 18 de abril de 1945. Durante un año entero se bajaba a los refugios con mi madre, nacida en abril de 1944, una niña de pocos meses. Después de un bombardeo, salieron del refugio y la casa ya no estaba allí: demolida por una bomba. He oído muchas historias familiares de refugios y bombardeos.
Pero esta vez, bajo la Plaça del Diamant, en un refugio antiaéreo catalán, rodeado de una veintena de catalanes, no soy yo el que está bajo las bombas: yo soy el que las lanzaba.
De hecho, por alrededor de un año y medio, Barcelona fue bombardeada por aviones italianos. Despegaban en Palma de Mallorca, cruzaban un corto tramo de mar y descargaban sus bombas sobre la ciudad catalana que fue republicana hasta unos días antes del final de la Guerra Civil (abril de 1939). La aviación italiana desempeñó un papel importante durante el conflicto español, especialmente en los primeros días, cuando los aviones italianos transportaron miles de soldados, que se levantaron contra la legítima República, desde Marruecos (entonces español) a la Península. El “caudillo” italiano, Mussolini, llegó a bombardear las ciudades españolas en la zona republicana aun sin recibir especificas peticiones por parte de Franco. Era su interés mostrar el poder militar italiano al aliado alemán: los italianos tenían que causar muertos y destrucción para demostrar a Hitler qué clase de pueblo eran. El mismo bombardeo de Guernica fue llevado a cabo sobre todo por los nazis, pero participaron también aviones italianos.
Bajo la Plaça del Diamant soy el único italiano. Mi bandera es la misma que estaba en los aviones que dejaban caer bombas de las cuales la gente se protegía justamente en este refugio anti-aéreo. Yo represento al enemigo. Un enemigo odioso, que mataba indiscriminadamente. Nadie sabe que soy italiano. La guía catalana, a parte de una alusión un poco estereotipada y al parecer inevitable a la "italiana" imprecisión y aproximación en los bombardeos, no hace alguna mención negativa respecto a los italianos.
Y sin embargo ... y sin embargo no puedo dejar deslizar como si fuera una ligera pero precisa sensación de culpa. ¿Cómo se sienten los alemanes cuando se les habla de los horrores de los nazis? ¿O los estadounidenses al frente de las masacres en Vietnam o de las fotos de torturas en Abu Ghraib?
No es necesario ir a Libia o Etiopía (ex colonias italianas) para escuchar acerca de las atrocidades de los italianos: basta con hacer un pequeño salto en la vecina y hedonista capital catalana. No es mi intención establecer una clasificación de las naciones más bárbaras o de las masacres más brutales. La cuestión es que allí, abajo de la Plaça del Diamant, mientras la chica catalana relata la vida e historia del refugio antiaéreo, "el malo" soy yo.
La capacidad de nuestra mente para escabullirse de las preguntas y situaciones dificultosas es increíble. Es un mecanismo de defensa instintivo como retirar la mano del fuego: mejor alejar el dolor siempre, de inmediato, en el modo más inmediato y limpio posible. Sentado en la incómoda galería debajo de Plaça del Diamant, en mi cabeza y en mi conciencia se desencadenan rapidísimos intercambios de preguntas y respuestas, que puedo recuperar y descifrar sólo con un gran esfuerzo de voluntad. Detecto dos coartadas en mi ser italiano: en primer lugar se trataba de una guerra y en las guerras todo el mundo debe obedecer las órdenes, se sabe cómo van las cosas en las guerras: uno se encuentra en un lado o en el otro de la trinchera y hay que disparar contra el de en frente. Y además... son eventos que ocurrieron hace más de setenta años: el fascismo es materia de otra época y yo no soy sin duda un fascista. Me siento absuelto y aliviado.
Estos argumentos son ciertamente válidos y aceptables. Creo que sean los mismos a los cuales acude un alemán (y no nazi) enfrentado a los horrores de Auschwitz. Sin embargo, no es suficiente. De hecho, es peligroso.
Como decía el escritor Primo Levi (que sobrevivió a Auschwitz), el soldado en la guerra no es en sí mismo, agresivo, sino sumiso. Lo que lleva y ha llevado a masas de gente a cometer atrocidades inhumanas no es tanto su agresividad, sino su aquiescencia frente a las órdenes de sus superiores. El verdadero peligro es la incapacidad de asumir posiciones críticas cuando todos los demás no lo hacen. Ponerse de pie y proclamar: "¡No, yo no estoy de acuerdo!". No sólo y no tanto en respuesta a la orden de bombardear Barcelona, sino también para contrastar la violencia y la arrogancia de un proyecto político, el fascismo, cuya realización, llevó - entre otras cosas - a las bombas en Barcelona. O sea, si bombas italianas mataron a miles de personas inocentes, esto fue debido sólo en último término a las circunstancias contingentes de la Guerra Civil y a la voluntad paranoica y destructiva de Mussolini. Si Mussolini dió esa orden y fue obedecido, la causa hay que buscarla principalmente en la sumisión y en la indiferencia aquiescente de millones de italianos al frente de la creciente violencia y intimidación fascista en las dos décadas anteriores. ¿Estamos seguros de que esta pasividad e indiferencia sean materia de hace setenta años? … ¿estamos seguros de que podemos absolvernos en unos pocos segundos ante las masacres de marzo de 1938?
Existió y existe un definido hilo conductor que junta los elementos fundacionales y violentos del fascismo y el nazismo y su apogeo en la forma de los horrores de los campos de concentración y las 41 horas de los bombardeos indiscriminados sobre la población civil de Barcelona. Y esos elementos no son nada más sino la consagración del privilegio y la desigualdad que no son para nada cosas del pasado. La semilla de la opresión, del racismo, de la prepotencia siempre está viva. Está aquí, entre nosotros, hoy como ayer, y encuentra terreno para crecer sobre todo en momentos de crisis... Hoy en día, afortunadamente, Europa no puede encontrar el terreno adecuado para dar vida a un desenlace trágico, como hace setenta años, pero para que esto no vuelva a suceder, es de vital importancia recordar, reflexionar, vigilar sobre lo que sucede dentro y fuera de nosotros . En Italia, en Cataluña, en nuestras calles e incluso debajo de la Plaça del Diamant.
La gente se levanta delante de mí, la chica ha terminado de hablar, la visita está llegando a su fin. Tenemos unos pocos minutos libres. Podemos vagar sin rumbo en los túneles del refugio. No es un laberinto, pero todos tienen el miedo mal disimulado de perderse y quedarse atrapados en la oscuridad bajo tierra. Me alejo del grupo de unos pocos metros, quiero quedarme un rato solo: entro en un túnel lateral. Me detengo, miro a mi alrededor los ladrillos, los cables eléctricos que discurren a lo largo de las paredes, una pequeña repisa en la pared donde se apoyaba una lámpara. Entonces levanto la cabeza y algo me llama la atención. En el techo de color oscuro terroso, hay un letrero de color negro, probablemente dibujado con un pedazo de carbón. Me hago a un lado para ver mejor. "Rafael, 1938".
¿Qué pensaría Rafael, cuando estaba aquí, donde estoy yo ahora, hace más de setenta años? Tal vez era un chico que, aunque bajo las bombas, en la oscuridad opresiva de un refugio antiaéreo, no había perdido el placer lúdico de escribir su nombre en un muro. Me pregunto cómo era, quién sabe cómo eran sus ojos. Me pregunto qué estaba haciendo cuando sonó la alarma y corrió por las escaleras para escapar en la oscuridad bajo de la Plaça del Diamant. Me pregunto si tenía miedo, o si había conseguido acostumbrarse al sonido de las sirenas. Quién sabe lo que quería hacer de mayor, quién sabe qué vida tenía proyectada en su cabeza, quién sabe cuáles eran sus deseos. Levanto la mano y rozo su firma con mis dedos. Quién sabe con qué soñaba en las horas pasadas en este oscuro túnel... tal vez sólo a tumbarse en un césped bajo el sol, en el perfume de hierba recién cortada, extraviándose en las nubes que navegan en el cielo y nadie sabe a dónde van...
Hace poco visité un refugio antiaéreo en Barcelona. El refugio se encuentra en una plaza peatonal llamada Plaça del Diamant (en Gràcia), homónima al magnífico libro de la escritora catalana Mercè Rodoreda. La entrada se asemeja a la de un aparcamiento subterráneo: una puerta como en un puesto de guardia en el centro de la plaza al lado de toboganes y columpios para los niños, y se abren estrechas escaleras que conducen a la oscuridad bajo la tierra.
Barcelona fue duramente bombardeada durante la Guerra Civil (1936-39). Fue la primera ciudad europea a sufrir el bombardeo aéreo denominado "alfombra", diseñado exclusivamente para afectar a la población civil. El bombardeo de Guernica (26 de abril de 1937), hecho trágicamente famoso por la pintura de Picasso, arrasó literalmente la localidad vasca, pero en ese caso podía haber una justificación estratégico-militar (que a menudo se sacó a relucir) porque el frente pasaba a pocos kilómetros de distancia. Barcelona, en cambio, fue objeto de bombardeos aún cuando el frente quedaba muy lejos, como a 300 km y la única razón de los ataques aéreos era golpear a la población civil.
Las escaleras son empinadas y estrechas y el túnel pronto deviene claustrofóbico. Veo ante mí las cabezas de la gente que va bajando, cada vez mas abajo. No hay pasamanos, nos sujetamos rozando las paredes cubiertas de ladrillos oscuros, perfectamente colocados uno sobre el otro. Yo los miro mientras que me inserto bajo la Plaça del Diamant preguntándome quién los habrá puesto allí, con qué animo, probablemente cuando las bombas eran ya una amenaza real. Algunos están mojados.
El bombardeo más trágico tuvo lugar en marzo de 1938, cuando un raid continuó durante 41 horas causando casi 1.000 muertos. El eco de la masacre (por desgracia, pronto superada por lo que sucedió durante la Segunda Guerra Mundial) fue tan grande que el mismo Winston Churchill evocó el coraje de la gente de Barcelona cuando, el 18 de junio 1940, la víspera de la batalla de Inglaterra (la larga campaña aérea alemana que causó cerca de 27.000 víctimas civiles entre los británicos) dirigió un famoso discurso a sus conciudadanos “...our countrymen will show themselves capable of standing up to it, like the brave men of Barcelona.” [... nuestros compatriotas que se mostraran capaces de resistir, como el valiente pueblo de Barcelona.].
Una vez sentados, cada persona tiene enfrente otra cara. Sus rodillas casi se tocan con las de quienes están sentados enfrente. |
La guía es una chica catalana. Después de cuatro tramos de escaleras, nos dice que podemos sentarnos. Somos unas veinte personas. En ambos lados del túnel que en ese punto es casi en ángulo recto hay bancos de cemento. Un cartel dice que podría albergar a 62 personas. Ella se sienta justo en la esquina y nosotros de lado a lado. Nos dice que estamos justo debajo del bar antes del cual quedamos unos minutos antes. La galería tiene una altura de unos 2 metros y 1.5 de ancho. Una vez sentados, cada persona tiene otra a su lado, y sus rodillas casi se tocan contra las de quienes se sientan enfrente. La mirada, inevitablemente, acaba en los ojos de los demás. Es inevitable imaginarse allí abajo de la Plaça del Diamant, mientras fuera caían las bombas.
Es la primera vez que visito un refugio antiaéreo. Sin embargo, no se trata de algo ajeno a mi experiencia. Mi ciudad (Bolonia) fue duramente bombardeada durante la guerra (por el frente anglo-americano cuando la ciudad estaba ocupada por los alemanes) y las señales que indican la ubicación de los refugios son todavía visibles en las paredes de varios edificios boloñeses. Mi abuela pasó muchas horas en los refugios entre el 15 de julio de 1943 y el 18 de abril de 1945. Durante un año entero se bajaba a los refugios con mi madre, nacida en abril de 1944, una niña de pocos meses. Después de un bombardeo, salieron del refugio y la casa ya no estaba allí: demolida por una bomba. He oído muchas historias familiares de refugios y bombardeos.
Pero esta vez, bajo la Plaça del Diamant, en un refugio antiaéreo catalán, rodeado de una veintena de catalanes, no soy yo el que está bajo las bombas: yo soy el que las lanzaba.
De hecho, por alrededor de un año y medio, Barcelona fue bombardeada por aviones italianos. Despegaban en Palma de Mallorca, cruzaban un corto tramo de mar y descargaban sus bombas sobre la ciudad catalana que fue republicana hasta unos días antes del final de la Guerra Civil (abril de 1939). La aviación italiana desempeñó un papel importante durante el conflicto español, especialmente en los primeros días, cuando los aviones italianos transportaron miles de soldados, que se levantaron contra la legítima República, desde Marruecos (entonces español) a la Península. El “caudillo” italiano, Mussolini, llegó a bombardear las ciudades españolas en la zona republicana aun sin recibir especificas peticiones por parte de Franco. Era su interés mostrar el poder militar italiano al aliado alemán: los italianos tenían que causar muertos y destrucción para demostrar a Hitler qué clase de pueblo eran. El mismo bombardeo de Guernica fue llevado a cabo sobre todo por los nazis, pero participaron también aviones italianos.
Bajo la Plaça del Diamant soy el único italiano. Mi bandera es la misma que estaba en los aviones que dejaban caer bombas de las cuales la gente se protegía justamente en este refugio anti-aéreo. Yo represento al enemigo. Un enemigo odioso, que mataba indiscriminadamente. Nadie sabe que soy italiano. La guía catalana, a parte de una alusión un poco estereotipada y al parecer inevitable a la "italiana" imprecisión y aproximación en los bombardeos, no hace alguna mención negativa respecto a los italianos.
Y sin embargo ... y sin embargo no puedo dejar deslizar como si fuera una ligera pero precisa sensación de culpa. ¿Cómo se sienten los alemanes cuando se les habla de los horrores de los nazis? ¿O los estadounidenses al frente de las masacres en Vietnam o de las fotos de torturas en Abu Ghraib?
No es necesario ir a Libia o Etiopía (ex colonias italianas) para escuchar acerca de las atrocidades de los italianos: basta con hacer un pequeño salto en la vecina y hedonista capital catalana. No es mi intención establecer una clasificación de las naciones más bárbaras o de las masacres más brutales. La cuestión es que allí, abajo de la Plaça del Diamant, mientras la chica catalana relata la vida e historia del refugio antiaéreo, "el malo" soy yo.
La capacidad de nuestra mente para escabullirse de las preguntas y situaciones dificultosas es increíble. Es un mecanismo de defensa instintivo como retirar la mano del fuego: mejor alejar el dolor siempre, de inmediato, en el modo más inmediato y limpio posible. Sentado en la incómoda galería debajo de Plaça del Diamant, en mi cabeza y en mi conciencia se desencadenan rapidísimos intercambios de preguntas y respuestas, que puedo recuperar y descifrar sólo con un gran esfuerzo de voluntad. Detecto dos coartadas en mi ser italiano: en primer lugar se trataba de una guerra y en las guerras todo el mundo debe obedecer las órdenes, se sabe cómo van las cosas en las guerras: uno se encuentra en un lado o en el otro de la trinchera y hay que disparar contra el de en frente. Y además... son eventos que ocurrieron hace más de setenta años: el fascismo es materia de otra época y yo no soy sin duda un fascista. Me siento absuelto y aliviado.
Estos argumentos son ciertamente válidos y aceptables. Creo que sean los mismos a los cuales acude un alemán (y no nazi) enfrentado a los horrores de Auschwitz. Sin embargo, no es suficiente. De hecho, es peligroso.
Como decía el escritor Primo Levi (que sobrevivió a Auschwitz), el soldado en la guerra no es en sí mismo, agresivo, sino sumiso. Lo que lleva y ha llevado a masas de gente a cometer atrocidades inhumanas no es tanto su agresividad, sino su aquiescencia frente a las órdenes de sus superiores. El verdadero peligro es la incapacidad de asumir posiciones críticas cuando todos los demás no lo hacen. Ponerse de pie y proclamar: "¡No, yo no estoy de acuerdo!". No sólo y no tanto en respuesta a la orden de bombardear Barcelona, sino también para contrastar la violencia y la arrogancia de un proyecto político, el fascismo, cuya realización, llevó - entre otras cosas - a las bombas en Barcelona. O sea, si bombas italianas mataron a miles de personas inocentes, esto fue debido sólo en último término a las circunstancias contingentes de la Guerra Civil y a la voluntad paranoica y destructiva de Mussolini. Si Mussolini dió esa orden y fue obedecido, la causa hay que buscarla principalmente en la sumisión y en la indiferencia aquiescente de millones de italianos al frente de la creciente violencia y intimidación fascista en las dos décadas anteriores. ¿Estamos seguros de que esta pasividad e indiferencia sean materia de hace setenta años? … ¿estamos seguros de que podemos absolvernos en unos pocos segundos ante las masacres de marzo de 1938?
Existió y existe un definido hilo conductor que junta los elementos fundacionales y violentos del fascismo y el nazismo y su apogeo en la forma de los horrores de los campos de concentración y las 41 horas de los bombardeos indiscriminados sobre la población civil de Barcelona. Y esos elementos no son nada más sino la consagración del privilegio y la desigualdad que no son para nada cosas del pasado. La semilla de la opresión, del racismo, de la prepotencia siempre está viva. Está aquí, entre nosotros, hoy como ayer, y encuentra terreno para crecer sobre todo en momentos de crisis... Hoy en día, afortunadamente, Europa no puede encontrar el terreno adecuado para dar vida a un desenlace trágico, como hace setenta años, pero para que esto no vuelva a suceder, es de vital importancia recordar, reflexionar, vigilar sobre lo que sucede dentro y fuera de nosotros . En Italia, en Cataluña, en nuestras calles e incluso debajo de la Plaça del Diamant.
La gente se levanta delante de mí, la chica ha terminado de hablar, la visita está llegando a su fin. Tenemos unos pocos minutos libres. Podemos vagar sin rumbo en los túneles del refugio. No es un laberinto, pero todos tienen el miedo mal disimulado de perderse y quedarse atrapados en la oscuridad bajo tierra. Me alejo del grupo de unos pocos metros, quiero quedarme un rato solo: entro en un túnel lateral. Me detengo, miro a mi alrededor los ladrillos, los cables eléctricos que discurren a lo largo de las paredes, una pequeña repisa en la pared donde se apoyaba una lámpara. Entonces levanto la cabeza y algo me llama la atención. En el techo de color oscuro terroso, hay un letrero de color negro, probablemente dibujado con un pedazo de carbón. Me hago a un lado para ver mejor. "Rafael, 1938".
¿Qué pensaría Rafael, cuando estaba aquí, donde estoy yo ahora, hace más de setenta años? Tal vez era un chico que, aunque bajo las bombas, en la oscuridad opresiva de un refugio antiaéreo, no había perdido el placer lúdico de escribir su nombre en un muro. Me pregunto cómo era, quién sabe cómo eran sus ojos. Me pregunto qué estaba haciendo cuando sonó la alarma y corrió por las escaleras para escapar en la oscuridad bajo de la Plaça del Diamant. Me pregunto si tenía miedo, o si había conseguido acostumbrarse al sonido de las sirenas. Quién sabe lo que quería hacer de mayor, quién sabe qué vida tenía proyectada en su cabeza, quién sabe cuáles eran sus deseos. Levanto la mano y rozo su firma con mis dedos. Quién sabe con qué soñaba en las horas pasadas en este oscuro túnel... tal vez sólo a tumbarse en un césped bajo el sol, en el perfume de hierba recién cortada, extraviándose en las nubes que navegan en el cielo y nadie sabe a dónde van...
Gian Pietro "Jumpi" Miscione
Artículo original de L'Undici
Vaig estar no fa gaire sota la plaça del diamant. Molt interessant la visita
ResponEliminaL'he reviscuda amb el teu relat. Deu ni dor els Italians en aquella època però això no pot tornar a passar, s'ha de fer el possible pq no pasi, així que no et guardo rencunia.
Salute