En
cuanto nos sumergimos en un texto u oímos un relato, nuestra imaginación se
pone en acción y construimos una serie de imágenes. Elaboramos, sin querer, un
imaginario que poco a poco va sustituyendo al texto que estamos leyendo o
escuchando. De una forma semejante, el extraordinario filme de Miguel Gomes,
nos muestra cómo una persona se imagina el relato que le es contado sobre el
pasado de una amiga en las lejanas tierras de África. Pero ésta lectura del
filme, puede no ser la única: desde la pura fantasía de quien relata este
pasado, o bien, podríamos interpretar que el prólogo inicial se emparenta con
el resto del episodio africano. De todas formas, asistimos a un filme que
mezcla, dosis de exotismo, problemática política, bello ejemplo de cine
indigenista, maravilloso acercamiento a una forma de hacer cine que recuerda al
de los años 20 y, finalmente, un velado acercamiento al universo femenino.
Tabú, es un filme al borde del
abismo técnico, por su concepción en parte B/N y 16mm; hoy casi todos los
directores realizan en digital. Una rara avis como lo fueron en los albores de
los años 20, filmes como La Reina Kelly
(E. von Stroheim, 1928) o Tabú (F. W.
Murnau, 1930) rodadas en silente cuando ya se estaban estrenando filmes
sonoros.
Canto a la memoria, a la escritura del pasado, no solo temáticamente,
sino al hecho de rememorar y recordar cómo era la textura del celuloide de aquella
época dorada. A su vez, es la antítesis de los clásicos filmes ambientados en
África, donde el indígena no era más que un esclavo porteador, la antítesis del
estereotipo del cine a lo “tarzán”; es más, Tabú
roza ciertos momentos de ecologismo, por el trato con mesura del paisajismo, del
animalario y el respeto al indigenismo. Destacar al simbólico cocodrilo (amenazante
en el inicio de La delgada línea roja,
T. Malick, 1998) pasando por las numerosas veces que vemos un burro (¿un
homenaje a Bresson, Al azar Baltasar, 1966?),
o la simple mención de la beluga, que es ciertamente exótica, o los guiños a
las películas de caza mayor (el búfalo cafre) del Hollywood clásico tipo ¡Hatari! (H. Hawks, 1962) o Mogambo (J. Ford, 1953).
Lo
más importante del filme no es el relato que se cuenta, sino la forma en cómo
es contada. Pilar, una solitaria mujer de mediana edad, habitual del cine de
minorías, tiene unas extrañas vecinas, o al menos misteriosas. Una de ellas,
Aurora es una senil mujer que parece ha tenido un pasado en África; como si de Memorias de África (S. Pollack, 1985)
estuviéramos hablando, pero mezclado con la personalidad de Norma Desmond (El crepúsculo de los dioses (B. Wilder,
1950). La película, dividida en dos partes, trata de reconstruir el pasado de
Aurora en su juventud a través del relato de un amigo suyo, Ventura. Lo
interesante del texto que se nos ofrece, es que se trata de la traducción en
imágenes de lo que se imagina Pilar a través de la voz en off de Ventura. Ese
relato que aparece en B/N, y que tiene todos los ingredientes de un filme
silente, no lo es porque oímos sonidos, músicas y la eficaz voz en off de
Ventura, y en ocasiones, la de Aurora. De este modo, estamos ante la presentación
de un imaginario relatado por una persona, su punto de vista, traducidos por otra. Por ello, todo tiene
tintes de leyenda, de relato al borde del mito, y más teniendo en cuenta que se
está hablando de tierras exóticas y lejanas, Mozambique, antigua colonia
portuguesa. Pero también hay que destacar, que el episodio africano, es
incidental; para su autor, es solo un marco para el recuerdo de aquel tipo de
cine; de hecho, los sucesos que se narran, o más bien que se recuerdan, son
casi improvisados por parte del equipo del filme; solo la voz en off, guía de
todo el episodio, se convierte en el hilo que debemos seguir.
El tiempo fílmico de ambas partes transcurre de diferente modo; la supuesta actualidad discurre en una semana de navidad; y el relato construido sobre la aventura de Aurora en África, durante 12 meses. Esto es, el presente se puede reconstruir con una fidelidad casi diaria, abarcando pequeños espacios de tiempo, mientras que el recuerdo de hace 36 años se hace más neblinoso y confuso, y por ello, se muestra a lo largo de todo un año.
El tiempo fílmico de ambas partes transcurre de diferente modo; la supuesta actualidad discurre en una semana de navidad; y el relato construido sobre la aventura de Aurora en África, durante 12 meses. Esto es, el presente se puede reconstruir con una fidelidad casi diaria, abarcando pequeños espacios de tiempo, mientras que el recuerdo de hace 36 años se hace más neblinoso y confuso, y por ello, se muestra a lo largo de todo un año.
Una inquietud
por contar historias; o una necesidad de leer y escuchar las historias de los
otros. Norma Desmond necesitaba contar su pasado glorioso al descreído
periodista; aquí Aurora balbucea recuerdos que han de ser recolocados, más
tarde, a través del relato de Ventura. Brillante la metáfora sobre la lectura;
Santa, su criada africana, leyendo Robinson
Crusoe en ese salón que parece una selva tropical. Por ello, aunque nos
parece incoherente, el prologo del filme y la actualidad, ambos episodios
tienen la misión de ayudarnos a imaginar, o mejor dicho, ha reconstruir la
historia que Miguel Gomes nos presenta. Y sin adentrarnos mucho en los hechos,
el cocodrilo, por ejemplo, va tomando sentido en el relato. ¿Porqué este animal
es el protagonista del misterioso prologo del filme y luego aparece en el
relato contado por Ventura? El cocodrilo, es un animal de una simbología dual;
por un lado representa la creación, la fecundidad, la fertilidad, que rima
perfectamente con la historia africana, y con la invisible hija de Aurora; y en
otras culturas, puede significar la locura, el error y el pecado, que es el
centro de toda la historia en el Paraíso.
Por
último, destacar el protagonismo de todo lo femenino. Se retratan casi todas
las edades femeninas, menos la infancia. Las mujeres de Tabú, Pilar, Aurora (anciana y joven) y Santa, asumen el estatus de
protagonistas totales de sus propias vidas; son ellas las que deciden, las que
aceptan los retos en los momentos cruciales. Da la sensación que estamos ante
una especie de asunción hacia aquello que es primario, terrenal, maternal, un
canto a la madre tierra, con todo lo que
ello supone; que decir de la mujer anciana (“una dama de otros tiempos”) que
aparece en el prologo del filme junto a un cocodrilo con la boca abierta y a la
luz de la luna. Solamente una imagen; las numerosas veces que vemos a estas mujeres
asomadas a los balcones, mirando hacia la ciudad, como buscando una respuesta,
en ocasiones con la lluvia como telón de fondo; a las tres las vemos en esta
actitud, y sobre todo podemos confirmar que hay algo ahí cuando Aurora de joven
está en un balcón africano mirando hacia la naturaleza o cuando se asoma con su
marido a la cascada; hay una especie de deseo de fundirse con la madre tierra,
con el Paraíso vivido o con el deseado. De hecho, hay una rica tradición
iconográfica romántica derivada de la pintura de Caspar David Friedrich (Mujer mirando por la ventana, 1822)
(precisamente inspirador de numerosas imágenes de Murnau) sobre la mirada de la
mujer en ventanas o balcones, y casi siempre su significado es el deseo de huir
del interior, de buscar más allá, escapar del marco tradicional de la mujer del
hogar, anclada precisamente en el interior; ahora hay un anhelo interior del
ser femenino. Este deseo por el espacio exterior, suscita una naturaleza
femenina moderna, independiente, que desea y tiene propia voluntad; un cierto
modelo de femineidad asociada con la intelectualidad, con la lectura.
FICHA TÉCNICA: Título original: Tabú. Dirección: Miguel Gomes. Guión: Miguel Gomes y Mariana Ricardo. Fotografía: Rui Pocas. Montaje: Telmo Churro y Miguel Gomes. Intérpretes: Teresa Madruga, Laura Soveral, Ana Moreira, Carloto Cotta. Producción: O Som e a Furia. Nacionalidad: Portugal, Alemania, Brasil y Francia, 2012. Duración: 118’.
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