Tabú. Miguel Gomes. (2012). Acto de lectura en femenino.

En cuanto nos sumergimos en un texto u oímos un relato, nuestra imaginación se pone en acción y construimos una serie de imágenes. Elaboramos, sin querer, un imaginario que poco a poco va sustituyendo al texto que estamos leyendo o escuchando. De una forma semejante, el extraordinario filme de Miguel Gomes, nos muestra cómo una persona se imagina el relato que le es contado sobre el pasado de una amiga en las lejanas tierras de África. Pero ésta lectura del filme, puede no ser la única: desde la pura fantasía de quien relata este pasado, o bien, podríamos interpretar que el prólogo inicial se emparenta con el resto del episodio africano. De todas formas, asistimos a un filme que mezcla, dosis de exotismo, problemática política, bello ejemplo de cine indigenista, maravilloso acercamiento a una forma de hacer cine que recuerda al de los años 20 y, finalmente, un velado acercamiento al universo femenino.  

Tabú, es un filme al borde del abismo técnico, por su concepción en parte B/N y 16mm; hoy casi todos los directores realizan en digital. Una rara avis como lo fueron en los albores de los años 20, filmes como La Reina Kelly (E. von Stroheim, 1928) o Tabú (F. W. Murnau, 1930) rodadas en silente cuando ya se estaban estrenando filmes sonoros. 
Canto a la memoria, a la escritura del pasado, no solo temáticamente, sino al hecho de rememorar y recordar cómo era la textura del celuloide de aquella época dorada. A su vez, es la antítesis de los clásicos filmes ambientados en África, donde el indígena no era más que un esclavo porteador, la antítesis del estereotipo del cine a lo “tarzán”; es más, Tabú roza ciertos momentos de ecologismo, por el trato con mesura del paisajismo, del animalario y el respeto al indigenismo. Destacar al simbólico cocodrilo (amenazante en el inicio de La delgada línea roja, T. Malick, 1998) pasando por las numerosas veces que vemos un burro (¿un homenaje a Bresson, Al azar Baltasar, 1966?), o la simple mención de la beluga, que es ciertamente exótica, o los guiños a las películas de caza mayor (el búfalo cafre) del Hollywood clásico tipo ¡Hatari! (H. Hawks, 1962) o Mogambo (J. Ford, 1953).




Lo más importante del filme no es el relato que se cuenta, sino la forma en cómo es contada. Pilar, una solitaria mujer de mediana edad, habitual del cine de minorías, tiene unas extrañas vecinas, o al menos misteriosas. Una de ellas, Aurora es una senil mujer que parece ha tenido un pasado en África; como si de Memorias de África (S. Pollack, 1985) estuviéramos hablando, pero mezclado con la personalidad de Norma Desmond (El crepúsculo de los dioses (B. Wilder, 1950). La película, dividida en dos partes, trata de reconstruir el pasado de Aurora en su juventud a través del relato de un amigo suyo, Ventura. Lo interesante del texto que se nos ofrece, es que se trata de la traducción en imágenes de lo que se imagina Pilar a través de la voz en off de Ventura. Ese relato que aparece en B/N, y que tiene todos los ingredientes de un filme silente, no lo es porque oímos sonidos, músicas y la eficaz voz en off de Ventura, y en ocasiones, la de Aurora. De este modo, estamos ante la presentación de un imaginario relatado por una persona, su punto de vista,  traducidos por otra. Por ello, todo tiene tintes de leyenda, de relato al borde del mito, y más teniendo en cuenta que se está hablando de tierras exóticas y lejanas, Mozambique, antigua colonia portuguesa. Pero también hay que destacar, que el episodio africano, es incidental; para su autor, es solo un marco para el recuerdo de aquel tipo de cine; de hecho, los sucesos que se narran, o más bien que se recuerdan, son casi improvisados por parte del equipo del filme; solo la voz en off, guía de todo el episodio, se convierte en el hilo que debemos seguir.





El tiempo fílmico de ambas partes transcurre de diferente modo; la supuesta actualidad discurre en una semana de navidad; y el relato construido sobre la aventura de Aurora en África, durante 12 meses. Esto es, el presente se puede reconstruir con una fidelidad casi diaria, abarcando pequeños espacios de tiempo, mientras que el recuerdo de hace 36 años se hace más neblinoso y confuso, y por ello, se muestra a lo largo de todo un año.

Una inquietud por contar historias; o una necesidad de leer y escuchar las historias de los otros. Norma Desmond necesitaba contar su pasado glorioso al descreído periodista; aquí Aurora balbucea recuerdos que han de ser recolocados, más tarde, a través del relato de Ventura. Brillante la metáfora sobre la lectura; Santa, su criada africana, leyendo Robinson Crusoe en ese salón que parece una selva tropical. Por ello, aunque nos parece incoherente, el prologo del filme y la actualidad, ambos episodios tienen la misión de ayudarnos a imaginar, o mejor dicho, ha reconstruir la historia que Miguel Gomes nos presenta. Y sin adentrarnos mucho en los hechos, el cocodrilo, por ejemplo, va tomando sentido en el relato. ¿Porqué este animal es el protagonista del misterioso prologo del filme y luego aparece en el relato contado por Ventura? El cocodrilo, es un animal de una simbología dual; por un lado representa la creación, la fecundidad, la fertilidad, que rima perfectamente con la historia africana, y con la invisible hija de Aurora; y en otras culturas, puede significar la locura, el error y el pecado, que es el centro de toda la historia en el Paraíso.

 

Por último, destacar el protagonismo de todo lo femenino. Se retratan casi todas las edades femeninas, menos la infancia. Las mujeres de Tabú, Pilar, Aurora (anciana y joven) y Santa, asumen el estatus de protagonistas totales de sus propias vidas; son ellas las que deciden, las que aceptan los retos en los momentos cruciales. Da la sensación que estamos ante una especie de asunción hacia aquello que es primario, terrenal, maternal, un canto  a la madre tierra, con todo lo que ello supone; que decir de la mujer anciana (“una dama de otros tiempos”) que aparece en el prologo del filme junto a un cocodrilo con la boca abierta y a la luz de la luna. Solamente una imagen; las numerosas veces que vemos a estas mujeres asomadas a los balcones, mirando hacia la ciudad, como buscando una respuesta, en ocasiones con la lluvia como telón de fondo; a las tres las vemos en esta actitud, y sobre todo podemos confirmar que hay algo ahí cuando Aurora de joven está en un balcón africano mirando hacia la naturaleza o cuando se asoma con su marido a la cascada; hay una especie de deseo de fundirse con la madre tierra, con el Paraíso vivido o con el deseado. De hecho, hay una rica tradición iconográfica romántica derivada de la pintura de Caspar David Friedrich (Mujer mirando por la ventana, 1822) (precisamente inspirador de numerosas imágenes de Murnau) sobre la mirada de la mujer en ventanas o balcones, y casi siempre su significado es el deseo de huir del interior, de buscar más allá, escapar del marco tradicional de la mujer del hogar, anclada precisamente en el interior; ahora hay un anhelo interior del ser femenino. Este deseo por el espacio exterior, suscita una naturaleza femenina moderna, independiente, que desea y tiene propia voluntad; un cierto modelo de femineidad asociada con la intelectualidad, con la lectura. 


FICHA TÉCNICA: Título original: Tabú. Dirección: Miguel Gomes. Guión: Miguel Gomes y Mariana Ricardo. Fotografía: Rui Pocas. Montaje: Telmo Churro y Miguel Gomes. Intérpretes: Teresa Madruga, Laura Soveral, Ana Moreira, Carloto Cotta. Producción: O Som e a Furia. Nacionalidad: Portugal, Alemania, Brasil y Francia, 2012. Duración: 118’.  


José Antonio Sigüenza Sarabia.

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