A la señora de la tienda esto del fondo azul no le parece nada raro y me atiende amablemente. Soy un italiano en una tienda de fotografía/copistería en el centro de Bogotá. Me hace pasar al otro lado del mostrador, me sienta en una silla, me se pone detrás y me desenrolla un rollo de plástico azul. Con movimientos seguros se pone delante con una cámara digital, yo sonrío un poco y ella saca la foto. Literalmente fondo azul. ¡Clic!
La tienda es un buen espejo de los cambios que está viviendo la sociedad colombiana. Aquí se escanean documentos, hay Internet, se hacen fotocopias, pero también se escriben contratos con el computador y se ofrece un servicio de teléfono móvil tarifado por minutos. Muchos colombianos no tienen Internet, ni computador y ni siquiera teléfono celular, pero el vertiginoso crecimiento y la modernización del mundo que les rodea los obliga a utilizarlos y este es el sitio donde pueden hacerlo.
Puesta de sol en La Candelaria, el corazón colonial de Bogotá. |
Sin querer trivializar o generalizar demasiado, si en Italia hay un aire de crónica decepción y depresión, aquí se siente energía y optimismo por todas partes. Todo tiende a crecer, todo revela nuevas posibilidades y ofrece nuevas oportunidades. Después de años oscuros durante los cuales Colombia ha vivido sofocada por el narcotráfico, la guerrilla y los paramilitares (cuestiones no totalmente resueltas), ahora la gente quiere y necesita dar vida a sus esperanzas y sustancia a sus sueños. Al igual que sucedió en Italia justo después de la Segunda Guerra Mundial, antes y durante el boom económico de los años sesenta: cualquier cosa brillaba de nuevo y cualquier cosa parecía posible.
Después de las fotos con fondo azul, la siguiente etapa de mi gira burocrática es un depósito en un banco, el Banco de Occidente. Afortunadamente la oficina central se encuentra a poca distancia, muy cerca de donde vivo desde hace tan solo unos días con mi esposa. El apartamento está en un edificio de 23 plantas que en la mayoría de las ciudades italianas se llamaría un rascacielos. En la entrada hay un portero, como pasaba hace años en Italia, quien deja entrar sólo a aquellos que conoce o que están autorizados por los que viven en el edificio. No hay timbres afuera del edificio. Las empresas de seguridad privada en Colombia son numerosas y es normal encontrar un celador a la entrada del cine, la oficina u cualquier otro lugar público, algo que en Italia sólo pasa – a veces - al entrar a un banco.
Un rascacielos, un cerro detrás y la iglesia de Monserrate. |
La estructura socio-urbana de Bogotá es jaspeada: hay áreas bien cuidadas y con casas bonitas, bellas tiendas (sobre todo en centros comerciales), que se alternan con muchas otras zonas no tan agradables, descuidadas y con andenes llenos de huecos peligrosos por donde hay que caminar mirando al suelo. A menudo la transición es abrupta: es suficiente cruzar una calle para cambiar de mundo. Para un europeo acostumbrado a un estándar urbano muy homogéneo y ambientes uniformes en toda la ciudad, estos contrastes son muy difícil de digerir al principio. Incluso porque hay siempre que poner atención y comportarse diferentemente según el barrio o la calle en la cual uno se encuentra. Aquí la pobreza está al lado de tu casa y no al otro lado del mar como pasa con Europa…
En el período actual hay obras en todas partes: nuevas carreteras, nuevos puentes, el nuevo aeropuerto, etc. Esta actividad refleja el ambiente de gran actividad que se mencionaba anteriormente. Es como cuando haces una remodelación en la casa: un baño nuevo, una nueva cocina, se pintan las paredes. Significa que tienes algo de dinero para gastar y la voluntad de hacer más bello el entorno en cual vives, tal vez porque la familia creció o porque, en general, se abre una nueva etapa, que se espera, sea mejor.
Entro al banco. Debo rellenar un formulario y mientras hago fila disciplinadamente, inevitablemente mis ojos se se van a la pantalla de mi teléfono. Me recomendaron que no saque mi smartphone con demasiada frecuencia: podría llamar la atención y ser atracado. Pero en el banco (e incluso alrededor), no me parece haber advertido ningún peligro particular.
Cuando llega mi turno, me acerco y le explico al cajero lo que tengo que hacer. Él me advierte de que he cometido algunos errores, pero me los arreglará él. Son 149.500 pesos colombianos, unos 70 euros. El euro se ha depreciado fuertemente en los últimos meses. Aquí Europa es actualmente sinónimo de crisis. Si en Europa hablamos genéricamente de crisis, en cambio en Colombia se especifica la crisis de los países europeos. Porque aquí no hay crisis. Aunque exista el temor de que algún contagio vaya a llegar. A pesar de la difícil situación del euro, los precios no son tan bajos en comparación con Italia. Sin embargo, también en este caso, hay que especificar el mundo en el que uno se mueve: la sociedad colombiana está profundamente dividida entre una clase que puede permitirse una vida según el estándar europeo (restaurantes, apartamentos, tiendas, coche, etc.) y una claramente más pobre que pertenece a otro universo en el cual la calidad de vida es drásticamente más baja. En la práctica la clase media no existe. Paradójicamente, se advierte la sensación de que la pobreza se va lentamente reduciendo, y no obstante, según un reciente estudio de la ONU, la diferencia de riqueza entre ricos y pobres en Colombia sigue aumentando. Este proceso está en curso también en Europa donde las divisiones sociales se están agrandando, pero los contrastes visibles aquí no tienen nada que ver con los que existen hoy en día en cualquier país europeo.
Estudiantes relajándose en el campus de la Universidad de los Andes en Bogotá |
La que es probablemente la mejor universidad en Colombia (Universidad de los Andes) es un gran campus al que se accede sólo con un pase y no tiene nada que envidiar a las mejores universidades europeas. De hecho, respecto a estructuras y servicios es indudablemente mejor que la mayoría de las italianas. Esto es posible porque los estudiantes pagan mucho dinero para matricularse. En Europa, a pesar de que también para matricularse en una universidad pública haya que pagar unas tasas, la posibilidad de acceso a la educación es mucho mas igualitaria. Es cierto que aquí todavía es difícil hacer investigación de alto nivel: faltan los grandes fondos europeos o estatales para adquirir equipos costosos y todavía no hay una masa de investigadores con experiencia y una tradición establecida. Pero poco a poco todo eso se está construyendo.
Por lo tanto, yo también pago por el análisis de sangre. La clínica es limpia y eficiente: una serie de enfermeras me indican nuevos pasillos y salas de espera hasta que llego a la puerta correcta: ¿Cómo está? ¿Cómo le ha ido? ¡Buenos días! Es la bienvenida de la enfermera que me insertará una aguja en el brazo. La formulas de cortesía en Colombia son muy utilizadas, mucho más que en Europa. Incluso cuando te encuentras con un desconocido, es normal saludarse preguntándose ¿Cómo estás? O despedirse con un ¡Que esté muy bien!. En un bar, en lugar de preguntar: ¿Me pones un café?, se pregunta suavemente: ¿Me regala un café? Mi esposa colombiana me cuenta que la primera vez que entró en un bar en España e hizo la misma pregunta, el camarero respondió abruptamente: Aquí no se le regala nada a nadie, ¡vete a la caja a pagar!
Al principio no es fácil acostumbrarse: tal vez tu estés en un apuro, llegas al mostrador de una oficina y antes de que puedas solicitar la información, tienes que pasar a través de este ritual de saludos. En el lenguaje se reflejan las costumbres y la cultura de un pueblo; por eso es natural preguntarse si estas formas de cortesía que manifiestan una humanidad antigua y que ya se perdieron en el frenético primer mundo occidental sobrevivirán aquí cuando llegue el progreso masificado que demanda rapidez y pragmatismo. Sudamérica (liderado por Brasil) es la última esperanza de la cultura latina para poder integrarse con éxito en la modernidad sin perder su calor y su alma, sin doblarse ante el frío pragmatismo anglosajón.
Un bus de Transmilenio en el carril reservado al lado de la estación. |
Después de un plato con carne y arroz, estoy listo para cruzar la ciudad. Decido tomar un autobús Transmilenio. El sistema de transporte Transmilenio ha revolucionado la devastada movilidad urbana bogotana y esta ciudad debería estar orgullosa de su funcionamiento. Se trata del equivalente de un metro sobretierra: en una vasta red de calles, se construyeron carriles reservados para estos buses que se paran solamente en sus estaciones a las cuales se puede acceder con un solo billete y en las cuales se puede cambiar de línea, exactamente como en el metro. Afortunadamente la administración ciudadana sigue invirtiendo en él, con el doble objetivo de hacer más humano y fácil el movimiento de personas en una ciudad muy extensa, habitada por 8 millones de personas y luchar contra el lacra de las busetas.
Las busetas son pequeños buses más o menos ilegales que representan las líneas de buses en Bogotá. La gran diferencia con una ciudad europea es que las busetas contaminan terriblemente, no cumplen con ninguna norma de seguridad y, puesto que ganan según el número de pasajeros, recogen (y bajan) personas en cualquier esquina, incluso en la mitad de la carretera, constituyendo un grave y absurdo peligro sobre todo para los transeúntes. Las "busetas" representan una verdadera plaga y lo que, junto a la ausencia de alcantarillas en muchas vías, hace inhumano el panorama y la movilidad en Bogotá.
La guerra contra las busetas es difícil y complicada porque la corporación de los propietarios es poderosa y además hay que ofrecer una alternativa válida y eficaz a los ciudadanos, algo que no se puede construir en unos meses. Además la cultura de desplazarse en carro está muy enraizada y utilizar el transporte público o caminar es todavía una costumbre no tan común como debería. De todas formas, gracias a políticas de integración de las busetas en un sistema de transporte público, parece que la situación vaya mejorando lentamente . Hay que decir que las busetas ofrecen algunas comodidades:
Desde las busetas, se puede uno bajar en cualquier lado; no hay paradas establecidas. |
Yo sigo prefiriendo el Transmilenio y aquí estoy. Hay varias sillas libres (los bogotanos le han apodado el Transmi-lleno) y me puedo sentar. El autobús se dirige hacia el norte y detrás de la ventana, me aparecen en secuencia todas la variedades y contrastes de esta ciudad: zonas populares con andenes sucios y edificios descuidados se intercalan con zonas residenciales con césped y flores cuidadas, coches costos y lujosos conjuntos residenciales con apartamentos a 7.000 euros por metro cuadrado.
En raras ocasiones el cielo está totalmente azul. Carrera Séptima peatonal. |
Finalmente estoy en la oficina de extranjería. Como su nombre indica, hay muchos extranjeros haciendo sus tramites: algunos estudiantes alemanes, muchas personas de América del Sur, un grupo de obreros portugueses. Colombia todavía no es tierra de inmigración, pero hay muchos colombianos, más o menos cualificados, que están regresando de la Europa en crisis. En general en un país europeo las posibilidades de una ascensión profesional son bajas. Olvídate de comprarte un apartamento si no tienes una familia que te pueda ayudar. La sociedad está bloqueada y vieja, mientras aquí, a pesar de muchos problemas, es todo lo contrario. España es un caso emblemático: hasta hace unos pocos meses, gracias a un gran crecimiento económico basado sobre todo en el ladrillo, la madre patria era uno de los lugares de mayor emigración colombiana. Ahora, hundida en una crisis devastadora, los españoles empiezan a buscar oportunidades en Colombia…
No existe un colombiano típico: la composición étnica de Colombia es bastante variada, 86% blanca o mestiza, 10,6% afrocolombiana y 3,4% indio indígana. |
Estoy listo para volver a casa. Tomo un taxi. Hay miles en cada esquina. Suelen ser coches pequeños, perfectos para insertarse en cada espacio disponible en el tráfico terrorífico de Bogotá y esquivar los miles de socavones de las calles. El conductor del taxi está de buen humor y quiere hablar. Me dice que desde que quitaron la restricción de números de matrícula alternos durante el día, el tráfico ha empeorado, mientras que antes se iba suavemente. Los taxistas son los mismos en todo el mundo… Al rato, estamos atrapados en un atasco. Después de unos minutos aparece la causa: un pequeño accidente. El taxista me mira y, con el aire de quien podría arreglar el mundo en una tarde, me dice: Eh… esta gente que no guarda la distancia de seguridad. Y mientras tanto se desliza a toda velocidad entre camionetas y carros pasando a diez centímetros de espejos, motos y andenes... Aguanto la respiración por un momento; él se vuelve hacia mí y me dice: ¡Quien piensa pierde!.
Es probable que para enfrentar los riesgos del tráfico bogotano sea de verdad mejor no pensar. Mientras que en relación con otros riesgos, me gusta pensar y citar el bonito lema de la Oficina Nacional de Turismo: Colombia: el riesgo es ¡que te quieras quedar!
Gian Pietro "Jumpi" Miscione
Artículo original de L'Undici
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