En la famosa sátira de George Orwell, Rebelión en la Granja, los animales echan al déspota granjero, y redactan siete mandamientos que regirían su idílica convivencia y su feliz existencia durante el resto de sus días. La cosa se tuerce cuando los cerdos toman el control de la granja, que a partir de ahora regentarán con mano de hierro. Por último, acuñan un único mandamiento hoy por todos conocido: Todos los animales son iguales, pero algunos animales son más iguales que otros.
A juzgar por los últimos estudios, los de arriba son cada vez más iguales. De hecho durante las últimas tres décadas y media las desigualdades en la renta de las familias estadounidenses se han incrementado de forma espectacular. Según el último análisis publicado por el profesor Emmanuel Saez, de la universidad UC Berkeley, la familias americanas más igualísimas, las que se encuentran entre el 10% (primer decil) de las rentas más altas, se llevan más del 50% de toda la renta que se genera en EE UU. El resto de la población (el 90%) tiene que conformarse con repartirse menos de la mitad de la renta. En ningún momento del último siglo, ni siquiera con los excesos de los felices años 20, los de arriba se habían apropiado de una porción tan grande de la tarta.
Barry Cynamon y Steven Fazzari, dos académicos estadounidenses, analizan el problema desde una óptica cada vez más extendida. Coinciden con Saez en que las desigualdades han aumentado enormemente en las últimas décadas. ¿Cómo es posible entonces que los asalariados estadounidenses hayan seguido consumiendo como posesos?, vienen a preguntarse. En algún momento a alguien (familias, banqueros o reguladores) se le debió de ocurrir que echar mano de la varita mágica y sacar el conejo de la deuda de la chistera era una gran idea.
Mientras dura la fiesta todo son jijijajas. Pero el endeudamiento no es infinito. Y la presente crisis estalló cuando llegamos a lo que los economistas denominan el “momento Minsky”, en referencia a Hyman Minsky, economista estadounidense experto en ciclos de crédito. Al llegar al “momento Minsky” la insolvencia es patente, la pelota del crédito no se puede seguir hinchando y hay que devolver lo que se debe (o simplemente declararse en quiebra). Para facilitar la compresión lectora, lo podemos dejar en el “momento Coyote”, que es cuando el entrañable cuadrúpedo repara en que corre suspendido en el aire.
El incremento de las desigualdades plantea un par de problemas interesantes. El primero es obviamente de justicia social: ¿Es justo que tan pocos se lleven tanto y que tantos subsistan con tan poco? Pero incluso a aquellos a los que la justicia social no les quite el sueño, puede que la tesis que defienden Cynamon y Fazzari les procure más de una noche en vela. En realidad estos dos académicos defienden que la presente crisis es consecuencia directa del aumento de las desigualdades: Para preservar su tren de vida, los asalariados recurrieron al endeudamiento hasta alcanzar un nivel insostenible. Gracias al crédito, las familias americanas consumieron muy por encima de sus posibilidades, muy por encima de lo que sus menguados salarios les hubiesen permitido; y ese nivel de consumo ficticio es el que ha tirado del carro de la economía durante los últimos 30 años. Ahora, una vez hemos llegado al “momento Coyote”, a las familias se les exige 1) que reduzcan el consumo para adaptarlo a sus menguados salarios (de antes incluso de que estallara la crisis), y 2) que reduzcan aún más el consumo y aumenten el ahorro para devolver las deudas. Tanto en EE UU como aquí, cabe entonces preguntarse ¿de dónde va a venir la demanda para reducir el nivel de desempleo? ¿O para impulsar el PIB? ¿O para mantener el nivel de beneficios empresariales? ¿O el precio de acciones, bonos o inmuebles? Los académicos del estudio lo tienen claro, a falta de inversión empresarial y ante la imposibilidad de reducir aún más los tipos de interés o de encontrar más conejos ni más chisteras, ha de venir de reducir las desigualdades sociales (o como mínimo de no dejar que se incrementen más), cosa que permitiría a las familias aumentar su nivel de gasto.
Al final en Rebelión en la Granja resulta que, lejos de la anhelada igualdad, sigue habiendo especies más iguales que otras: la superior (los cerdos) y la inferior (el resto de animales). Los granjeros humanos de fincas vecinas se maravillan de la proeza que han conseguido los puercos: comparadas con el resto del país, las especies inferiores de la granja en cuestión trabajan mucho más y reciben menos comida a cambio. Si la de Cynamon y Fazzari fuera una fábula, y no la triste realidad, podríamos concluir con la moraleja de que con la mayoría de animales famélicos, es decir, con una clase media empobrecida, aquí vamos a acabar por no comer ni Dios, cerdos o no cerdos.
Feliz Navidad,
Óscar Ramírez
"Momento coyote"... que bó i gràfic de la situació actual.
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