Si en noviembre el gobernador del Banco de Inglaterra advertía a los bancos británicos que se preparasen para la posible ruptura del euro, en diciembre The Telegraph explicaba que los ministerios de Asuntos Exteriores y del Tesoro al servicio de su graciosa Majestad estaban preparando un plan de emergencia. El rotativo londinense, diario euroescéptico donde los haya, se explayaba en los detalles haciendo las delicias de sus acérrimos seguidores: los ministerios británicos están ultimando un plan de contingencia para evacuar y repatriar a sus ciudadanos residentes en España y Portugal en caso de que los sistemas financieros ibéricos se desmoronen, venía a decir la noticia. Además, también habrían remitido sendas notas a sus embajadas advirtiendo de posibles disturbios y violencia callejera, y dando instrucciones sobre cómo actuar llegado el momento.
Pero al sur de los Pirineos la vida transcurre más plácidamente, relativamente ajena a tanto alboroto. Lejos del sensacionalismo británico, aquí preferimos la técnica del avestruz: el negacionismo. Hace una semana un conocido catedrático de economía de la tierra (la nostra) nos confirmaba en una cadena de televisión (la teva) que las probabilidades de que desaparezca el euro son mínimas. Pues ya me quedo mucho más tranquilo… sobre todo porque el individuo en cuestión es de los que no hace mucho afirmaba que en España ni había burbuja inmobiliaria ni se la esperaba. Recientemente otro conocido profesor patrio de una puntera escuela de negocios también aseveraba en un debate televisivo que el euro no iba a desaparecer porque las consecuencias serían tales que es “impensable”. Poderoso argumento, ciertamente. Todo muy tranquilizador.
Algunos defienden que el único propósito de la prensa británica y del malvado David Cameron, como habría quedado patente en la última cumbre europea, es el de garantizar que los especuladores anglosajones campen a sus anchas. En la Europa continental, sin embargo, no somos dados a esos perversos excesos. Protegemos al humilde. Es de todos sabido que en Celtiberia, a diferencia de la Pérfida Albión, velamos por el bien del prójimo. Dos ejemplos cercanos de nuestro desinteresado altruismo institucional: Con el beneplácito del Banco de España, a toda señora María que se precie se le han enchufado las famosas (acciones) preferentes de la banca, que tienen mucho de acciones y poco de preferentes, como alternativa al depósito de toda la vida. Las preferentes no son más que renta fija perpetua de muy alto riesgo cuyo cupón (o intereses) depende de que la entidad financiera de marras genere beneficios. Traducción: Quien las compró hace tres o cuatro años y las quiera vender ahora a precio de mercado, recuperará de media la mitad de lo que puso (y no las emitieron chiringuitos financieros sino las grandes cajas y bancos del país). Pero no hay por qué preocuparse, ha sido la respuesta de nuestros banqueros, ya que a la afortunada que invirtió en ellas le ofrecen ahora la posibilidad de convertirlas en acciones ordinarias de la entidad de turno. Conclusión: nuestra señora María hace cuatro años tenía un depósito mondo y lirondo y ahora tiene un puñado de acciones de una entidad financiera en el peor momento de la historia económica reciente de nuestro país.
Otro ejemplo aún más chachi, ya que concierne a bancos y Administración: Hace poco nos colocaron el famoso bono patriótico, que a dos años rendía el cinco y pico por ciento. La última vez que lo miré, ese mismo bono con un añito más de vencimiento rendía en el mercado secundario (a disposición de todo quisqui, sea o no señora María) más de un 9% anual (si en lugar de euros escogemos el franco suizo como divisa, la deuda de la Generalitat estaba pagando ¡más de un 15% anual!). Conclusión: si compro el bono del govern de mi corazón a instancias de mi entidad financiera de toda la vida, asumo un riesgo estratosférico y me pagan una miseria.
Alguien tiene que levantar este maltrecho país, parecen pensar banqueros y gobernantes al unísono, pero, ya puestos, casi mejor que lo haga la señora María. Y es que a esta buena señora hay que erigirle un monumento: financia generosamente a la Generalitat y a la banca pidiendo nada o muy poco a cambio, y encima ahora se va a comer el marrón del grueso de las medidas de austeridad, pues no solo va a pagar más impuestos y va a recibir menos a cambio, sino que además tiene muchos números para que sus retoños, ahora en paro, acaben, ellos sí, por repatriarse al hogar materno.
Feliz mes de enero,
Óscar Ramírez
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