Comenzaremos, evidentemente con el objetivo de subir la audiencia, con este título tan osado y polémico, conscientes del riesgo de que muchas gentes se lleguen incluso a sentir discriminadas u ofendidas, busquen dobles o triples sentidos, investiguen las posibles causas de tamaña atrocidad y nos denuncien incluso al inapelable Ministerio de Igualdad por ir en contra de la doctrina oficial y que, en base a sus inapreciables contribuciones, puede servir de base al establecimiento de otras carteras en la misma línea, como por ejemplo el Ministerio de la Armonía, el Ministerio de la Transparencia, el Ministerio de la Sostenibilidad o, ya puestos, el Ministerio del Amor (ese toque Orwelliano que siempre va bien).
Estamos en un momento y lugar en que casi toda la Sociedad (atención, pone “casi”, no se me ofendan mucho aún) está de acuerdo en la igualdad de derechos entre el hombre y la mujer, un concepto que, curiosamente, se llama “feminismo” por cuestiones históricas justificadas y que en su día fueron desde luego necesarias (aquí no hay ironía). Ahora, una vez conseguido (siempre en términos generales; por cierto, añadir “en términos generales” a cada una las frases que siguen) habrá quizás que buscar un nuevo término para que los hombres susceptibles que aboguen por esta igualdad no se sientan discriminados (¿qué tal equitativismo o incluso igualdad, volviendo al Ministerio?), y otro más incluso para designar otro movimiento en ciernes en el cual habría quien querría ir más allá, pidiendo más derechos para las mujeres que para los hombres (feminismo ya está cogida, una pena porque iba perfecta). Este nuevo concepto, aún anónimo, ya es de aplicación con el beneplácito del mentado Ministerio, que tolera o incluso promueve esa brillante práctica de la llamada “discriminación positiva”, que suena casi tan bien como “guerra preventiva”, “acción militar defensiva”, “tropas de pacificación”, etc.
Algunos colores de Ports de Besseit
Porque quizá habría que plantearse que acaso no sea tan necesario, vital e imprescindible para el futuro de la sociedad que absolutamente todos los cargos y profesiones del sector público y privado sean desempeñados al 50% por hombres y al 50% por mujeres, por mucho que puedan introducirse diferencias (sí, diferencias o desigualdades encaminadas a fomentar la igualdad, curioso invento), como por ejemplo las marcas mínimas a superar en las pruebas físicas para el que quiera hacerse bombero, policía o milico, en función de su género. Lo mismo debe aplicarse a las cuotas de mujeres (40% como mínimo) en los consejos de administración de empresas grandes. Con esto se consigue un doble efecto, a cual menos interesante: que las mujeres que habrían sido igualmente bomberas o directivas pierdan credibilidad o confianza (¿están allí por ser muy buenas o por cuota?) y recelos por parte de los compañeros masculinos (imposición o facilitación al acceso de personas que no han tenido que superar los mismos requisitos).
Siguiendo esta peligrosa línea, habría que facilitar el acceso, quizá mediante puntos adicionales, en todas aquellas oposiciones en las que la mujer o el hombre estén menos representados. Incluso habría que plantearse intervenir (¿clausurar? ¿demoler?) aquellos comercios que anuncian públicamente que necesitan “dependienta” o los bares que precisan “camarera”. Pongamos, por ejemplo, un 50% de dependientes (hombres) en todas las tiendas de ropa y cosméticos, a ver qué tal va la cosa.
Muy triste y torpemente, el problema ha estado en buscar y promover la igualdad en cosas en las que no somos iguales, forzándolas hasta el absurdo. Igual la cosa no es cuestión de cuotas ni de facilitaciones, sino de aplicar el sentido común. Físicamente, no somos iguales. Mentalmente, nuestros cerebros funcionan de manera distinta. Y no pasa nada.
No hay que volverse locos por acelerar un proceso que es ya irreversible, por fin y afortunadamente: la tendencia hacia la igualdad de derechos es imparable y continuará en los próximos años, como ha ocurrido en el resto de la Europa esa civilizada. Es un proceso que hay que acompañar y promover con medidas lógicas (medidas de conciliación de vida laboral, tanto maternales como, especialmente, paternales; igualdad de sueldos para un mismo cargo, educación y sensibilización, etc.), pero sin forzarlo. No se quiera identificar la igualdad de derechos con la igualdad de roles (asco de palabra, no del todo intercambiable por “papeles”) o incluso con la igualdad (asimilación) orgánica. Porque ahora parece que una mujer tiene que reivindicarse socialmente perdiendo lo que la hace más femenina, incluso desde un punto de vista fisiológico. Como ejemplo (verás como aquí hay malas interpretaciones): vean un grupo de esas desatadas que celebran despedidas de soltera luciendo todo tipo de artilugios fálicos (pistolas de agua, diademas, en fin, el equipo básico), contratando boys, etc. Es genial que cada persona o grupo se lo pase bien como quiera y más en las celebraciones y en las farras que para algo hay una libertad ganada y una salud y un breve tiempo de vida que hay que aprovechar y exprimir, pero determinadas exhibiciones parecen más unas vulgares parodias o copias malas de los peores topicazos asignados a los hombres que celebraciones auténticas. No es criticable lo que se hace, desde luego, sino cómo lo que se hace recuerda a lo que supuestamente hacen los hombres. Una diferencia fundamental que no hay que olvidar está en la respuesta diferencial a los estímulos sexuales entre el hombre y la mujer: mientras que el hombre es todo bien sencillo, directo y mecánico (castañazo a la amígdala y ahí va la reacción inmediata en el hardware, pura mecánica) en las mujeres la cosa es mucho más progresiva, más software, eléctrico-química, etc. Cada uno tendrá su propia visión al respecto, pero bueno, los que intentamos aprender lo que no está en los libros tomamos apuntes como podemos.
En fin, que con esta masculinización, particularizada a una situación muy concreta, todos perdemos; no estaría mal algo más de diversidad de puntos de vista, o al menos de originalidad…
No parece necesaria la aclaración, que para eso somos una revista para pseudoculturetas, snobs y resabidillos, pero por si acaso…no se interprete este último párrafo como una propuesta de que las mujeres no celebren las cosas desaforadamente, no salgan de juerga a lo loco a hacer cosas que en circunstancias normales nunca harían e incluso que no disfruten enormemente haciéndolo, sino que simplemente se intenta poner de manifiesto cómo la “liberación” de la mujer ha conducido, en gran medida, a una masculinización o copia de los hábitos de los hombres, en vez de haber estado una evolución distinta y propia. Quién sabe, quizá todo esto sea parte del camino, y sea un paso necesario para crear esa nueva identidad…
En el próximo mes, se analizará y discutirán aportaciones de la publicidad en este siempre interesante tema…
Por el momento, se invita a reflexionar (no es imprescindible insultar, denunciar o retirar el saludo; basta con pensar fríamente y comentar la jugada en la vida real o en los comentarios del blog) y a opinar, que todo es discutible y matizable, y es como se aprende.
Se recomienda, para la gente interesada en el tema, consultar un par de libros interesantes que han inspirado en gran medida este capítulo:
“Heterodoxia”, de Ernesto Sabato (1953)
“El cerebro femenino”, de Louann Brizendine (2007)
El observador
La cita:
“El verdadero precio de las cosas es la cantidad de vida que uno tiene que dar por ellas”. HD Thoreau.
La anécdota de ascensor:
El país con mayor densidad de población (18.000 habitantes/km2) es Mónaco. Si, por ejemplo, en la comarca del Solsonès hubiera esa densidad, la población sería de 20 millones de habitantes.
El enlace:
Los más grandes
http://www.youtube.com/watch?v=UPGMzgGxNWE&feature=PlayList&p=1D22F7EE19B8701E&playnext=1&playnext_from=PL&index=33