Recomendaciones para celebrar el solsticio de invierno en sociedad

Algunos de los más sorprendentes inventos del ser humano (la medida del tiempo, la religión o la familia) tienen durante el solsticio de invierno una especial relevancia para esta especie típicamente social, al menos en el tiempo y lugar en que le ha tocado vivir a quien lee esto. Y es que casi todo lo bueno o malo que hacemos cada día responde a nuestras inclinaciones sociales, que durante miles de años han sido organizadas, modeladas y pulidas de manera cada vez más eficiente, fomentando la consecución de pautas que permitieran la creación de sistemas sociales cada vez estables y sostenibles en el tiempo.

Los primeros individuos a los que les dio por asociarse (a saber la de pelo o escamas que gastábamos por aquella época) vieron que la idea no era tan mala; se comían mejor a otros y eran comidos más difícilmente por otros seres más grandes o mejor organizados, así que la cosa no pintaba mal. Pasó el tiempo y cuando nos dio por vivir en los árboles se hicieron patentes las ventajas de no matarnos o herirnos si pertenecíamos al mismo grupo social; también se hizo evidente que la descendencia salía en mejor estado cuando había encuentros con otros grupos (aunque muchos miles de años después ciertas monarquías europeas insistieran en otras prácticas con resultados aún hoy patentes) y se inventó lo que ha llegado hasta nuestros días con el nombre de Trabajo: como no todos sabían o querían hacer todas las tareas del grupo, cada uno se fue especializando en lo que menos mal se le daba (al menos hasta que llegó el mal llamado feminismo, discutido aquí y aquí), ya fuera la caza, la recolección, el cuidado de la prole u otras tareas que poco a poco fueron mostrando sus ventajas para la supervivencia y el vigor tanto del individuo como del grupo: hacer ropa para reducir las infecciones y otros riesgos, utensilios de cocina o de caza para poder conseguir más y mejores nutrientes…nótese que ya vamos llegando a gente con cada vez menos pelo y un frontón bastante vertical.  

Algunos oasis del Atlas…

Los grupos sociales más exitosos eran por tanto los que tenían unas normas de autogobierno, con perdón, más eficientes, que protegían mejor a la comunidad y tenía una mayor capacidad de conseguir recursos y utilizarlos. Ojo, que nadie piense en un colectivo asambleario, ya que por encima de todos habría seguramente algún machote rodeado de varios secuaces que se encargaran de que nada cambiara demasiado, aunque la tendencia siempre fuera hacia la mejora del grupo en conjunto. Según iba creciendo la mollera del personal también crecían sus necesidades e inquietudes…como no tenían muchas cosas pero sí bastante tiempo, vieron las bonanzas de intentar entender las cosas que hasta entonces no tenían explicación (el movimiento del Sol, las estaciones, la muerte) y mejorar las que estaban a su alcance (cómo cazar mejor, cómo hacer que crezcan especies vegetales especialmente interesantes, cómo hacer espacios en los que protegerse del frío, la humedad y de quien quiere depredarnos, cómo gestionar el agua y el fuego)…Lo que iban entendiendo les permitía alimentarse y protegerse cada vez mejor. Para todo lo demás, de momento tocaba respetarlo. El respeto, por supuesto, llevó a la devoción, y algún exagerado comenzó a hablar de dioses, ya que siempre hay quien quiere ir un paso más allá. Y allá iban como locos a adorar al Sol allá donde se ocultaba cada día, y subían a las montañas de extrañas formas para venerarlas, celebraban el fin de las cosechas, festejaban los solsticios de verano e invierno, adorando al fuego que les permitía ver durante la noche…en fin, sabían pocas cosas pero iban aprendiendo a evitar determinados comportamientos que podrían dañar al grupo, que seguía siendo lo importante: por ejemplo, el robo o el asesinato podía ser de interés para un individuo, pero no para el grupo, de manera que se fueron imponiendo castigos (después llamados normas, leyes e incluso Constitución) a quienes llevaran a cabo éstas y otras prácticas: mentiras, estafas, traiciones, etc. Como el instinto de buscar lo mejor para el grupo es un poco menos intenso que el de buscar lo mejor para uno mismo o para el sector del grupo con el que se siente más vinculado nunca dejó de haber quien quebrantara la ley, pese a que en todos los casos podría alegarse que se hacía con una finalidad social: al disponer de un número mayor de bienes (o aniquilar a quien quería impedirlo) uno busca estar socialmente mejor valorado (entiéndase, conseguir más y mejor descendencia). También se castigaban las acciones que no eran beneficiosas para la sociedad en su conjunto, véase la pereza hacia el trabajo o hacia ir a matarse a palos con alguien de otra región de la que no habían oído hablar, o bien a quienes les daba por autolesionarse ingiriendo alcohol o carne de cerdo en áreas con alto riesgo de morir deshidratado o por ingerir carne con algún parásito peligroso.

La división del trabajo llevó a que algunos de los miembros de la sociedad pudieran dedicarse sólo a pensar, o al menos eso hacían creer al resto, lo cual llevó, como no podía ser de otra manera, a que la cosa siguiera complicándose: ahí salieron una serie de hipótesis sobre cómo, cuándo y por qué unos dioses de la mayor diversidad posible de formas decidieron dar a los humanos el fuego, crear el mar o forzar a un tipo a empujar una roca montaña arriba mientras un águila se entretiene picoteándole alguna víscera. La imaginación era imparable, y se llegó a crear una ingente cantidad de historias, a cual más tonta a nuestros ojos, para explicar lo que por entonces no podía entenderse. Por aquel entonces también había otras gentes que no caían demasiado bien al resto y que se llamaban judíos, que optaron por una explicación no menos peregrina pero sí más comprensible, aplicando la navaja de Okham varios milenios antes de su invención y mantuvieron que con un Dios ya había suficiente, aunque la explicación completa sí que estuviera adornada de varias subtramas en las que el tal Dios daba un cuchillo a la gente para que probara su fe pelando a su hijo, sagaces guerreros traicionados por malvadas mujeres, en fin, todo un culebrón. Como no nos conformamos con menos, se fueron proponiendo otras hipótesis basadas parcial o totalmente en las anteriores e indefectiblemente basadas en gente que ya no existía, las más satisfactorias de las cuales eran las que se basaban en las consignas que han regido todo grupo social post-simiesco (y que se resumen en un “no hagas lo que no quieras que te hagan”) y que se fueron articulando con modificaciones de un calado inversamente proporcional al odio y la muerte que causaron entre quienes abogaban por unas y por otras y que aún hoy no está del todo dirimido, probablemente debido a la falta de pruebas por parte de unos y de otros para demostrar lo acertado de sus creencias. Para cerrar el círculo y no dejar todo a las siempre ineficaces leyes humanas, a alguien se le ocurrió un golpe de efecto magistral, proponiendo el concepto de Eternidad, reduciendo la vida a un examen para ver si cumples con las normas con la esperanza de una eternidad memorable, o respectivamente, el miedo a lo contrario. Y así fueron creándose lo que hoy llaman religiones, que por supuesto son más fáciles de explicar (y no digamos de entender) si se relacionan con lo que ya sabíamos…algún europeo que llevara adorando al Sol durante generaciones, y recorriendo su camino hacia el Oeste llegaría sin duda a Finisterre siguiendo lo que hoy se llama Camino de Santiago (y que ahorra unos kilómetros de caminata en su versión moderna); todas las montañas especialmente notables, así como los rincones de más belleza de nuestra geografía ahora incluyen una ermita que sustituyera cualquier elemento pagano; el solsticio de verano ahora se dedica a un venerable judío de nombre Johanan, la fiesta de la recogida de las cosechas ahora se llama fiestas patronales y el solsticio de invierno se viene a llamar Navidad y/o fin de año, aunque el que lo calculó falló por unos días, lo que no quita su mérito.


Hoy y aquí ya no vivimos con el miedo de ser depredados físicamente, ni se nos obliga a seguir una religión concreta (todas ellas respetables, por supuesto), pero sí seguimos buscando el éxito social, entiéndase, pertenecer a un grupo y mostrar que hemos sido capaces de conseguir recursos con los cuales garantizar nuestro bienestar y el de la porción de la sociedad más cercana a nosotros. La alternativa, ser un mendigo, un ermitaño, un loco. En nuestro entorno la división del trabajo está extremadamente definida, hasta el punto de que se puede vivir sabiendo hacer únicamente una cosa, a cambio de la cual se recibe un dinero con el que conseguir todo lo que no sabemos hacer o producir. Tampoco ignoren la bonanza inherente a acciones socialmente deplorables (el Eurovegas, la CEOE, las agencias de calificación, Inditex), ya que quienes las llevan a cabo tendrán en mente, conscientemente o no, el éxito social de otras personas, en este caso, de sus familiares más cercanos. No roban por maldad, sino por un afecto desmesurado hacia sus familias y amigos en comparación con el afecto que profesan por el resto de la sociedad.
Lo que se venía a decir con esta breve introducción es que socialmente se nos ha impuesto que en estas fechas que rodean al solsticio de invierno se cambie el dinero por bienes que serán distribuidos entre nuestros familiares y amigos, ya que de lo contrario seríamos socialmente reprobados, en términos tales como soso, raruno, amargo o rácano. Así que si quieren seguir persiguiendo el éxito social y no les queda más remedio que hacer regalos, se les recomienda humildemente que éstos alimenten el cuerpo o el alma: regale fungible, priorice el lomo embuchado frente a la figurita de adorno; la botella de vino antes que la colonia; un libro que haga pensar frente a un best-seller de digestión fácil y olvido inmediato; un viaje antes que un aparato electrónico lleno de coltán…en fin, algo que deje huella y alimente la curiosidad de saber más o, al menos, que no ocupe sitio. Su grupo social se lo agradecerá. O debería.

El observador


El enlace:
Una web simplemente genial, comenzando por el lema: “si no te gustan las mentiras de los grandes medios, aquí tienes otras diferentes”:

El momento jocoso:
Una viñeta de Forges tan sencilla como magistral…

La cita:
“Ojalá te sientas alguna vez protector y protegido, que es una de las más agradables sensaciones que puede permitirse el ser humano”
Mario Benedetti, La tregua

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