Pánico


Antes del verano, Martin Wolf, economista del Financial Times, se formulaba unas cuantas preguntas: ¿Cuánto sufrimiento podrán soportar los países en situación de estrés? ¿Qué pasaría si un país abandonara la zona euro? ¿Podría Alemania considerar su propia salida del euro? ¿Cuál es la estrategia de salida de las crisis a largo plazo? Según Wolf, la respuesta a todas y cada una de las preguntas es: No se sabe. Y, para acabar de tranquilizar al hastiado y sufrido lector, remataba: “Ante tanta incertidumbre, dejarse llevar por el pánico es una reacción racional.” Además, en el mismo artículo comparaba la desintegración de la zona euro con la del patrón oro en la década de 1930, y el caos que aquello supuso.


Puede que el pánico sea una reacción muy útil si al doblar la esquina de un oscuro callejón nos encontramos con el muñeco diabólico o Jack Nicholson blandiendo un hacha de amenazante filo. Sin dilación, el chute de adrenalina ayuda a poner los pies en polvorosa. Pero aunque en ocasiones esa reacción sirva para salvar el pescuezo, en otros momentos el pavor no hace más que empeorar la situación. Según parece el pánico que se apoderó de la población estadounidense tras el ataque de la Torres Gemelas arrojó 1.500 defunciones más que el propio ataque. ¿Y eso? Para sus desplazamientos, los americanos decidieron recurrir a sus turismos particulares en lugar de volar, con el consiguiente incremento de accidentes y muertes.

James Montier, gestor de dinero que se ha hecho un hueco en la bibliografía sobre la psicología del inversor (conocida en inglés comobehavioural finance), relata un sencillo experimento para ilustrar cómo nos afecta el miedo a la hora de tomar decisiones de inversión.

A los sujetos que participan en el experimento les entregan 20 dólares y les permiten hacer 20 rondas de apuestas consecutivas de un dólar cada apuesta. Las apuestas no son más que un juego de cara o cruz. Al principio de cada ronda se les pregunta si quieren invertir o no. Si se deciden a apostar y ganan, se llevan 2,50 dólares; si pierden, palman el dólar que se jugaron. Apunta Montier que, como es obvio, la mejor estrategia es la de acceder a participar en todas las apuestas ya que la ganancia esperada es 25 dólares y el riesgo de pérdida muy limitado. De hecho la probabilidad de acabar con menos de 20 dólares (cantidad con la que acabarían de no participar en ninguna apuesta) es inferior al 13%. Otro factor a tener en cuenta es que lógicamente las apuestas son independientes las unas de las otras, y por lo tanto que hayas perdido o ganado en una apuesta no tiene ninguna influencia sobre el resultado de la siguiente apuesta. Las monedas no tienen memoria.

Lo interesante del experimento es que seleccionaron a dos tipos de personas para que participasen. El primer grupo era algo especial: eran individuos que habían sufrido un particular daño cerebral que no les permitía sentir miedo. El otro grupo era gente, digamos, normal y corriente. ¿A quiénes les fue mejor en el juego? Pues al grupo incapaz de padecer miedo. Invirtieron en un 84% de las apuestas. Mientras que el grupo de “normales” solo invertirían en un 58%. El comportamiento después de una apuesta en la que acababan de perder el dólar que se jugaban fue aún mejor en el caso de los “no temerosos”. Después de perder decidían jugar en el 85% de los casos, mientras que los normales, presas del pánico por la reciente pérdida, solo se animaban a jugar en menos del 40% de los casos. Una reacción totalmente irracional: ganes o pierdas ahora, tienes las mismas probabilidades de ganar en la siguiente ronda. El experimento corrobora lo que decía Bertrand Russell: no hay hombre, multitud o nación que se comporte de forma humana o que piense con cordura bajo la influencia del miedo.

Está claro que desde que estallara la crisis hay un muñeco diabólico, hacha en ristre, campando a sus anchas por los mercados. De vez en cuando hace acto de presencia y se lleva por delante un 20% o un 30% de cualquier índice. Y aunque nos ha dado un par de meses de tregua es muy probable que siga apareciendo intermitentemente. Pero no solo no conviene dejarse amedrentar por el monigote de plástico, sino que, en la medida de lo posible, ¿por qué no aprovecharse de él? Warren Buffet, una de las mayores fortunas del mundo, salió a la palestra a finales de 2008 para anunciar que él estaba comprando acciones. No le ha ido mal. Nos recordó, de paso, una de las frases que ha hecho célebres: Ten miedo cuando los demás se dejan llevar por la codicia, y déjate llevar por la codicia cuando los demás sean presa del miedo. Es decir, vende cuando los demás compran alegremente, y compra cuando todos venden a la desesperada. Desde que estallara la crisis, esa ha sido una excelente estrategia de inversión.

Eso sí, a la hora de invertir también convendría tener en cuenta menudencias del orden de si se desintegrará el euro, si podremos soportar tanto sufrimiento, si esta crisis tiene o no salida, o si la empresa en cuestión en la que queramos invertir soportará los envites que se le presenten en el futuro o si acabará quebrando… pero mejor lo dejamos aquí no vaya a ser que ante tanta incertidumbre el pánico se apodere de nosotros.


Óscar Ramírez

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