Líbano, una eternidad en el alambre (III - final)

Terminábamos el capítulo anterior con una doble pregunta: ¿cómo mantener la paz y los medios de vida en un país tan densa y diversamente poblado y tan mal provisto de recursos naturales?

¿Cómo se gestiona un país de oriente próximo con 18 grupos religiosos?

El matiz “oriente próximo” no es gratuito…como todos sabemos, en el tablero geopolítico mundial el punto más caliente desde el fin de la II Guerra Mundial ha sido la franja que va desde el Mediterráneo oriental hasta poco más allá del Golfo Pérsico… Israel, Irán, Irak, Afganistán y ahora Siria han sido el tablero donde las grandes potencias se han jugado su influencia. Líbano no fue ajeno a estas tensiones, pasando por una larga guerra civil (1975-1989), más religiosa que política. Desde entonces, no han faltado los conflictos, aunque por suerte la violencia sectaria ha pasado a ser bastante esporádica.

La fórmula utilizada para conseguir cierta gobernabilidad tiene su origen en los años 30, aunque ha sido modificada tras la guerra civil. Se basa en un reparto de poder “apriorístico”, por el cual los cargos públicos se reparten entre los diferentes grupos religiosos en función del censo poblacional*. Por ejemplo:
- El presidente y el jefe de las fuerzas armadas son (cristianos) maronitas
- El primer ministro es (musulmán) suní
- El portavoz del parlamento es (musulmán) chií
- El viceportavoz del parlamento y viceprimer ministro son (cristianos) griegos ortodoxos
- El comandante del ejército es un (musulmán, según a quién preguntes) druso

Después, los diferentes ministerios, direcciones generales, escaños del parlamento, etc, se van repartiendo entre éstos y otros grupos religiosos, manteniendo un equilibrio del 50% entre cristianos y musulmanes. El objetivo final de este sistema tan compartimentado es que ningún grupo religioso tenga la tentación de forzar las cosas para intentar conseguir más de cuota de poder, ya que tendrá en contra al resto, que, juntos, siempre serán más numerosos. Los inconvenientes, que son muchos, incluyen la falta de coordinación entre los diferentes grupos religiosos, no ya solo a nivel político sino de casi cualquier actividad pública: colegios, medios de comunicación, clubes deportivos…El único estamento que escapa de este sectarismo, y que precisamente es el mejor valorado por la ciudadanía, es el ejército. En la misma línea, otro factor de cohesión son los dos enemigos que comparten todos los grupos religiosos: Israel (país limítrofe cuyo nombre no aparece en ningún mapa) y, durante las fases más duras de la guerra de Siria, el Daesh/ISIS.

Si se puede arreglar, se arregla. Llama la atención la cantidad de talleres mecánicos que arreglan y modifican vehículos que en otros sitios serían dados de baja…aquí un Range Rover hecho descapotable


*El censo de religiones en el que se basa el reparto de poder fue realizado en 1932. Hoy nadie se atreve a actualizarlo, ya que desembocaría en conflictos para cambiar el reparto de poder, con resultados imposibles de predecir…el grupo religioso no es únicamente el principal elemento de identidad de la ciudadanía, sino que todos tienen sus propios apoyos externos: los maronitas están próximos a occidente y EEUU, los chiíes tienen fuertes vínculos con Irán y El Asad mientras que los suníes están apoyados (y apoyan) a una gran parte de los grupos insurgentes de Siria, además de los países de la península arábiga.

Desde la experiencia personal, este sectarismo se hace evidente a nivel laboral: cuando un extranjero empieza a trabajar en el Líbano, es automáticamente etiquetado en función del contacto local que te haya invitado. A partir de ahí se crea un sutil pero impenetrable muro de cristal que impide establecer contactos con otros locales o contratistas extranjeros con los que se podrían crear colaboraciones, ya que “con esos no trabajamos”.

¿Cómo se sostiene una densidad de población extrema (740 habitantes/km2) en un territorio tan poco productivo, sin petróleo y que no es precisamente un puntal de conocimiento o tecnología?

El país se sostiene en tres grandes pilares: la banca, las remesas exteriores y el comercio. La banca vivió durante años de gestionar los ingentes fondos para la (re)construcción del país tras la guerra y se convirtió en un refugio relativamente tranquilo para inversores de la región (el secreto bancario ayudó bastante, claro). La importancia de las remesas (que representan el 20% de la economía del país) se puede entender con un dato: hay entre 2 y 3 veces más libaneses fuera del Líbano que dentro. Solo en Brasil hay entre 6 y 7 millones de libaneses (más que en el Líbano), 1 millón más en Argentina y medio millón en EEUU. La mayor parte se dedica a la tercera gran actividad: el comercio, que está en el ADN de este pueblo orgullosamente heredero de los fenicios. Según la CIA, la balanza comercial es una locura: el país importa productos por un valor cinco veces superior al de los que exporta.

En los últimos años, el turismo (sobre todo, de lujo) está creciendo notablemente, al reunir unas condiciones muy particulares: país de habla árabe, costa, clima suave y una notable oferta de ocio disfrutable de manera anónima. Así, Beirut se ha convertido en el patio de recreo de la clase alta de países del Golfo, y un paseo por el barrio del puerto deportivo permite asistir a una sucesión de coches de lujo, yates y edificios ultramodernos. A un par de kilómetros de allí se apiñan los barrios obreros con bloques de diez y quince pisos…en este bonito mapa de Beirut puede verse cómo el precio de la vivienda pasa de 7.000 a 2.000 $/m2 en unos pocos centenares de metros.


Alejándote un poco más de este oasis de riqueza extrema puedes plantarte, en tan solo 80 km por carretera, en diferentes áreas bien diferentes, en función de la dirección tomada: hacia el Norte puedes llegar a una Trípoli con batallas urbanas intermitentes durante gran parte de la guerra de Siria; hacia el Este te plantas directamente en Siria (Damasco está a 116 km de Beirut), pudiendo parar por el camino en campos de refugiados con centenares de miles de personas; hacia el sur puedes llegar a la zona de exclusión controlada por la ONU desde la última guerra con Israel (2006).

No hay ningún país que no esté lleno de matices, contrastes y contradicciones. Lo que hace único al Líbano es la microscópica escala geográfica en la que se dan unos cambios tan extremos…


El observador 

   

 Postales desde Beirut…el puerto y un edificio aún desconchado por una guerra que acabó hace 30 años


El libro: se recomienda leer cualquiera de Amin Maalouf para intentar entender un poco mejor esta sociedad tan particular. “Identidades asesinas” es extraordinario incluso para entender otras cosas del mundo en general.


Las películas: una esperanzadora reflexión sobre la vida en el intrincado Líbano rural (metáfora de todo el país, en realidad) es “Y ahora, ¿dónde vamos?” (Nadine Labaki, 2011). Si os va la marcha, tenéis Incendies (Denis Villeneuve, 2010), sobre la diáspora y otros temas luctuosos…Y por completar un triplete: Vals con Bashir (Ari Folman, 2008), en un formato muy original, sobre uno de los momentos más dramáticos de la relación entre Israel y Palestina con escenario en Líbano.

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