Retrobservaciones

Entre las múltiples causas que se manejan para intentar explicar la pasividad, falta de motivación y de ganas respecto a cualquier tema que se atribuyen a la juventud ésa que se viene a llamar últimamente y con gran éxito comercial y televisivo “los ni-ni” (para los muy desconectados, significa que “ni estudia ni trabaja”) se barajan principalmente la ruina de los sistemas educativos modificados profundamente, al menos, con cada cambio de gobierno; la escasa implicación de los padres en la educación (evitando frecuentemente métodos demasiado autoritarios como los que pudieron haber sufrido ellos o simplemente adaptándose al hecho de trabajar ambos y disponer de un mínimo de tiempo para compartir con los críos, de manera que no es plan de, encima, estar a malas poniendo normas y límites a las demandas, ocurrencias y caprichos de las criaturas) y, en general, la presunción de que, al igual que ocurre con el tiempo, toda generación anterior fue mucho mejor (véanse las generaciones de las guerras mundiales, de las dictaduras generalizadas, de las cruzadas, de los colonialismos, de la esclavitud como industria nacional, en fin, tiempos mejores). Sin embargo, parece que nadie ha tenido en cuenta hasta ahora en la búsqueda de explicación para estas actitudes sorprendentes de los jovenzuelos de hoy el papel capital de las frustraciones continuas y cotidianas a las que generaciones anteriores estuvieron o estuvimos expuestos. Pequeñas lecciones de gran calado y profunda huella a las que no han tenido ni tendrán que hacer frente aquellos que han pasado más tiempo con sus amigos a través de internet que hablando en lo que aún llamamos “la vida real”, tonta expresión, por otra parte.

El atardecer en la Albufera de Valencia...


Por ejemplo, los nacidos antes de ser Unión Europea crecimos con serios limitantes a la hora de conseguir cualquier tipo de información. En el caso de la música, tenías acceso a lo que hubiera en tu casa y, con mucha suerte, en casa de algún amigo o familiar (con doble pletina a ser posible) que te pudiera grabar una cinta. Si no había tiempo como para grabarlo en el tiempo normal, siempre se podía poner la copia a doble velocidad y esperar que el sonido no se pudriera demasiado. Eso o las bibliotecas, o la radio. En la misma dirección y sentido, las películas, que se podrían ver en el cine o en la tele, cuando tuvieran a bien programarlas alguno de los dos (posteriormente, alguno más) canales existentes. En cuanto a la información en general, básicamente te quedaba la biblioteca o una enciclopedia de esas ilustradas que se vendían puerta a puerta y se pagaban a plazos (llamaba la atención porque no había tantas cosas que se pagaran a plazos... Y ya. Ahora estás a un clic de cualquier canción o película (¿cómo valorarla?) o de cualquier información (¿para qué molestarse en aprender nada?).


Volviendo a las pequeñas frustraciones, los menores de 20 años no sabrán la molestia que supone que la cinta de casette suene cada vez más lenta y con un registro más grave a medida que las pilas del walkman se van agotando; desconocerán sin duda las funciones del boli bic como herramienta de ahorro energético en el rebobinado (ya ves si llevamos tiempo luchando contra el cambio climático y reduciendo emisiones, que sería la consigna actual)…tampoco experimentarán el hecho de pasar horas sintonizando (o intentándolo infructuosamente) canales con los cuernos de la tele, o en el mejor de los casos con esas ruletillas que te mataban los dedos a menos que tuvieras esa pequeña pieza cilíndrica de plástico tan fácil de perder que aceleraba las cosas significativamente. Cómo podrán vivir felices sin haber experimentado la enorme incertidumbre de programar una película o programa esperadísimo en el vídeo (tarea reservada en exclusiva a los hombres, eran otros tiempos sin duda) sin saber si grabaría lo que se esperaba o si sin embargo le daría por confundir la hora y el canal (en el caso improbable de que no se fuera la luz durante el intervalo concreto en el que tocaría grabar). No sabrán, por supuesto, lo que se siente al acabársete el carrete de fotos justo antes de que ocurra un momento realmente digno de ser inmortalizado, no experimentarán los sorprendentes efectos de las máquinas de rayos X sobre los carretes que contenían todas las fotos de las vacaciones, o cómo la nulidad de los transeúntes a los que se pide hacer una foto podía conseguir que todas las fotos de grupo mínimamente memorables contuvieran metros y metros de suelo (perdiéndose el paisaje que se quería inmortalizar) o bien que la base de la foto sean las cabezas (en ocasiones cortadas parcialmente) de los integrantes de la expedición. Obviamente, esto no se sabía hasta que no se iban a recoger las fotos al laboratorio, cosa que, por otro lado, hacía mucha ilusión…


Qué decir de esos viajes interminables por carreteras infames y en coches con mínimos sistemas de seguridad, detrás de lentísimos camiones portugueses sin más diversión que los casettes con que los progenitores amenizaran o martirizaran a los integrantes del viaje, en función de la suerte que se tuviera. No descubrirán con enorme misterio y recelo el funcionamiento de un fax, de una impresora, nada de fotocopiarse la mano para descubrir con pena que efectivamente, sale una mano amorfa pero nada más.


En fin, que cada generación tiene sus pequeños orgullos y sus mitos, a nosotros nos tocó vivir con sorpresa el paso de lo analógico a lo digital, otros contarán con emoción y un brillo de experiencia irrepetible en los ojos con qué mérito se comunicaban con ordenadores y móviles, lo rudimentario que era eso de los primeros libros electrónicos, las redes sociales o los móviles 3G…


Por último, felicitar a la familia criTeriana por haber hecho realidad con muchos esfuerzos y aún más ilusión (poco rollo ni-ni por aquí) esta historia que ya dura cuatro años…


El observador



La cita:
“Disfruto viendo la cantidad de cosas que no necesito”.
Atribuida a Sócrates, en el mercado de Atenas


La anécdota de ascensor:
El número Pi es la base de uno de los concursos de memoria más famosos del Mundo; básicamente la cosa consiste en que un grupo de gente en general extrasociales memoriza cientos o miles de cifras…el récord está, por el momento, en 100.000 cifras (en poder del mítico Akira Haraguchi); si alguien quiere hacerse famoso, ya tiene una opción más.
Por cierto que hasta ahora la mejor aproximación que se ha hecho al valor real de Pi es de algo más de 4 billones de decimales.


El enlace:
Por si alguien quiere superar al señor Haraguchi, aquí va el primer millón de decimales de Pi (web oficial del Día de Pi):
http://www.piday.org/million.php

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