Sarajevo, poco a poco...
Se sorprenderá el avezado viajero de poder pedir alioli o pan tumaca en no pocos establecimientos peninsulares... En el peor de los casos, no solo se importa y se aniquila una palabra, sino que en muchos casos se utiliza en lugar de una local que ya existía pero que no es tan sofisticada (véase los sanwich, sangüis o sanvitx que en otro tiempo fueron emparedados; o el sorprendente ejemplo de las más inmundas partes del pollo rebozadas, fritas, rebozadas de nuevo y refritas, y servidas en un cubo de alguna gran cadena de presunta comida rápida, comercializados con el sugerente nombre de nuggets. Esta tendencia choca curiosamente con la existente en los anuncios de colonias o perfumes, donde lo fundamental es no traducir nada, que en versión original (ya sea en inglés, francés o italiano) son definitivamente mejores y más sugerentes, aunque no se entienda una sola palabra y no siendo la imagen de gran ayuda…
También hay casos en los que se peca de inconsistencia en la terminología, lo cual da lugar a errores de apreciación y posteriores sorpresas no siempre desagradables, especialmente en lo relacionado con los postres…¿Está estandarizado por alguna norma (ISO, UNE, etc.) lo que es un soufflé? ¿Qué consistencia, densidad y temperatura debe esperarse al pedir uno? ¿Es significativamente diferente de una mousse? ¿Y si en cambio nos cuelan un pudding, y ni siquiera nos cercioramos? ¿Sabemos lo que hacemos al decantarnos por un coulant, cuando podríamos haber optado a un sorbete? La hipótesis es que, por lo general, la gente es más de quedarse con el apellido (la terminación “de chocolate” suele ser bastante efectiva), y no mira demasiado el resto…
En otras ocasiones, es el creativo dueño de un bar o cafetería el que se ha sentido muy inspirado al dar un nombre ocurrente y original a un determinado plato o bebida, esperando ingenuamente que la gente sea partícipe y lo pida con más profusión, presumiblemente lanzados por el placer proporcionado al pronunciar la palabra en cuestión en público, o por avezarse en nuevas sendas del lenguaje y la fonética…por lo general, la reacción del cliente sensato es evitar por todos los medios decir la palabra, solo por no dar la satisfacción al fulano que espera ansioso, de manera que se suele recurrir al dedo polígloto, que en tantas ocasiones nos ha servido para alimentarnos en según qué latitudes…pero como el tipo ya se la sabe, y ya hizo el esfuerzo de buscar tan excelso nombre, se hace el inmutable y hace ver que no entiende lo que inequívocamente señalas, así que finalmente te toca complacerle y pides en voz baja el susodicho manjar, acompañándolo de un “de esos” (para los que se hayan perdido, la frase pronunciada podría ser, por ejemplo: “un waikiki de esos” o “un colibrí tibetano de esos”), creyendo equivocadamente que así podrás mantener tu orgullo intacto; agradecimientos a A (como diría M) por la inspiranotación, etc.
También hay casos en los que la comida escapa al conocimiento general, como es el caso de la lechuga iceberg, a saber qué mente enferma le dio ese nombre, ¿alguien ha visto un iceberg redondo, o vagamente redondeado? Por cierto que la palabra iceberg por sí misma suscita un gran debate sobre qué estamos haciendo con el idioma…¿es lógico haber asimilado la transcripción inglesa de una palabra de origen germánico y que optamos por pronunciar a la española para algo que, de hecho, podría haberse re-parido con una palabra propia? Si les da por mirarlo, resulta que también está aceptada la palabra “iceburgo”, difundid la palabra para cambiar el mundo, criTerianos…
El observador
Se recomienda:
La película “El verdugo”, de Berlanga
La canción “My girl”, de Nirvana
El libro “El libro de las ilusiones”, de Paul Auster
No se que és pitjor si pronunciar "iceberg" o com hauria de dir-se realment "aisberg", com aquells pares que a la seva fill li van posar directament "Leididi" en honor a una princesa estimbada en un túnel de París. ·
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