NADA.


Cinco años estudiando y te asola la nada. El vacío. El desastre. Tu carrera es una nada, no sirve, ha sido la equivocada. Es la más bonita del universo (para ti), pero no significa nada en el mundo real, es rabia, es tiempo, tiempo que se te ha escapado y que ya no está, tiempo en el que te has hecho mayor y sigues sin nada, sigues sin ser algo. Terminar, estudiar y no ser nada. Ser un ente abstracto en la sociedad, sin significado, sin nombre, sin un lugar. Nadie lo pensó hace cinco años, no lo pensaste, no se me ocurrió. Era bonita, era estupenda, pero no llevaba a ningún sitio. Todo se ve precioso a los dieciocho, todo fácil, todo vocación. No se ve el mundo de verdad, la vida con su crudeza, todo eso no existe, igual que tú ahora, no figuras en ninguna parte, no existes, no eres, no vales.


El terror del vacío, del muro contra el que te pegas, de la vida sin salidas, de no saber qué pasó con el talento, con la verdadera vocación, que eso ya no se valora, no como antes. El sentimiento te invade, un sentimiento extraño de miedo, rabia y vacío, tremendo vacío imposible de llenar. ¿Hay que sentirse mal para escribir? ¿Qué sucede sino? No se escribe, ¿no se siente? Sí, pero si se siente lo bueno no se escribe, lo malo es lo que quiere salir, plasmarse en palabras y huir del cuerpo, o el cuerpo huir de ello, escupirlo. Eso sientes, deseo de escupir y vomitar ese terror, ese vacío. Escupir el vacío es imposible porque ni siquiera existe, no se ve, no se escucha, pero se puede tocar, quizá.
Toda su historia era esa, no tener nada al terminar la carrera, no tener trabajo ni expectativas y descubrir que los últimos dos años sin escribir (por entregar gran dedicación a la carrera sin trabajo) le habían arrebatado el talento, si es que alguna vez lo había tenido. Ya no sentía el deseo de escribir, esa carrera sólo la empezó para escribir, y lo había dejado, ¿cómo era posible? Primero no tenía tiempo, después estaba demasiado cansada y, finalmente, había perdido la inspiración. Se había esfumado. Era duro darse cuenta, y asumirlo. Hasta entonces se había escudado, “no tengo ganas”, “no tengo tranquilidad”, “no tengo temas”, y por fin “no tengo nada”; esa era la verdad. De repente ser consciente de ello resultaba muy duro. ¿La manera de volver a escribir es simplemente eso, escribir? Coger el lápiz de nuevo y soltar lo primero que viniera a la mente. Los tiempos cambian muy deprisa, el último año había pasado volando, y ahora, ¿serviría lo que siempre escribió?, ¿tendría que cambiar de estilo?, ¿qué había hecho mal? Y cómo saberlo.
No es una historia apasionante, sin embargo merece la pena ser contada, todas merecen la pena ser contadas. ¿Y coger una biografía? Sí, contar la vida de alguien de su familia, o de algún amigo, ¿es moralmente legal? ¿Sería divertido como antes, como cuando inventaba sus propias historias? No, tenía que ser muy distinto, los periodistas cuentas las historias de otros, los verdaderos escritores crean algo nuevo de la nada. Es su deber.
Realmente echaba de menos escribir, tan sólo las divagaciones sobre si recuperaría su vocación le hacían recobrar el entusiasmo perdido (no todo, quizá un poco). ¿Por qué se había dejado ir? ¿Por qué no había vuelto a escribir mucho antes, antes de haberlo dejado? Aunque nunca sintió que lo dejara, era sólo un descanso. Descansaba de sí misma, se había hartado. Cuando todo iba tan mal se había hartado de su propio ser, sin saber cómo, y ya no quería escribir más sobre ella misma. Cuando todo iba bien no “necesitaba” la escritura, era feliz por sí sola. Pero realmente escribir era congénito a ella, precisaba hacerlo. La noche era la mejor hora y en todo este año siempre tenía mucho sueño, pero no podía escribir de día, era imposible.
Debía recuperar su ser, retomar lo único que la hacía especial. Tenía otras cualidades, pero ese era su mérito, o quizá no, era lo que ella pensaba, pero no sabía cómo la veían los demás, ni importaba en realidad. ¿Cómo se recupera uno a uno mismo si no es realmente consciente de que se ha perdido? Ella era ella, pero ya no era escritora, lo afirmaba, pero el término estaba caducado para su persona, era mentira. Se mentía a sí misma, puesto que ya no engañaba a nadie.
Ese era el problema de la noche, que le entraba sueño. A un verdadero escritor no debería entrarle sueño, era la hora mágica, pero era inevitable, se dormía; pero, si se aburría a si misma, ¿quién la leería? Los insomnes, como ella antes.
Eso es todo lo que os hace falta saber de Naira, que era escritora y había sido insomne.
Alicia Noya Martínez [20-05-2009]

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