Jumping Jack Flash

Siempre te ha gustado el béisbol. Al principio jugabas los domingos en el parque, con tu padre... ¡Qué sol!



Después de tanto correr y sudar, te comías unos chuletones gigantes en alguna steak house. Tu padre te recomendaba masticar, pero tú no le hacías caso. Jugabas bien en el equipo de tu pueblo. Sabías que no ibas a convertirte en un campeón, pero justo por eso disfrutabas mucho de la actividad deportiva.

Luego lo dejaste: la universidad en Austin, tus amigos WASP, las chicas.... Claro que de vez en cuando unos lanzamientos en la playa, durante el spring break, pero solo por divertirte, la cerveza te nublaba la vista y luego solo tratabas de golpear el culo de aquella chica. Más tarde, volviste a conectar con el béisbol. Como espectador. El fin de semana llevabas a tu hijo a ver el partido. Como sucedió con tu padre, la educación de un niño tenía que pasar por el béisbol.

Un domingo en el estadio quisiste agarrar la pelota de un home run.
Con un poco de vehemencia se la robaste a otro espectador – empujándolo,
¡por supuesto, faltaría más!– al cual estaba naturalmente destinado el lanzamiento. En la vida las cosas no se piden, se toman. Esto no te lo enseñaron en ningún lugar, pero fuiste suficientemente listo como para averiguarlo. Siempre empujando, primero en la universidad, luego...

Te moriste bien, justo después de la gran alegría infantil por haber aferrado al vuelo la pelota de tu ídolo bateador, para ofrecérsela a su hijo. Una especie de alegría cada vez mas difícil de saborear en la vida adulta, pero que milagrosamente regresaba y también te servía como ejemplo de cómo salir adelante en la vida.
Un regalo inolvidable para él, pensaste justo antes de desequilibrarte. Un triunfo.

Antes de chocar, pensaste en los momentos por los cuales valió la pena vivir: el abrazo de tus padres durante los primeros cumpleaños, el descubrimiento del mundo con tus amigos dando vueltas con la BMX por los polvorientos caminos del rancho de tu abuelo, tu primer home run, el encuentro con la otra parte del cielo y sus ansiedades, los golpes dados y recibidos con entusiasmo....
Estabas pensando, si acaso, no deberías haber vivido más de estos momentos, que durante mucho tiempo has estado distraído por los números en una hoja de papel mensual, por la presión social, por un modelo de coche... cosas infinitamente menos importantes que coger felizmente al vuelo una bola en el estadio... pero ahora todo había terminado ya.

Tu hijo tendrá memoria de este día, sí, pero probablemente nunca volverá a ver un partido de béisbol.

Tu hijo. Dicen que estuvo en tus últimas palabras, que estabas preocupado por él, por haberlo dejado solo en las gradas.
Tu hijo, lo que quedará de ti, la única prueba de tu existencia. Quedará él para recordarte y hacerte recordar. Y tu mujer y tus amigos. Esperemos que se acuerden, y bien, de mí, pensaste en la caída.
En el corto vuelo te diste cuenta de las pocas personas que te conocían y te recordarán por la persona que eras: para muchos, muchos otros, eras una tarjeta de crédito, una tarjeta de visita, un cliente, un proveedor, un compañero de trabajo...

Estamos aquí por un (corto) periodo de tiempo, un suspiro y ya.
Tratemos de usar bien el tiempo.

Giorgio Marincola
Artículo original de L'Undici



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