Preguntas asaz inquietantes (IV) – Vuelve la inquietud


Y con éste son cuatro capítulos de observaciones inquietantes…año nuevo, repetición nueva… qué le vamos a hacer, si no hay para más…sin embargo, este mes lo podremos colar en el rebufo de todos esos ritos ancestrales que se han ido sucediendo durante los últimos días (esos comentarios sobre el firme propósito de moderar la ingesta de comida i/o tabaco tras la navidad, esa nochevieja en el canal de televisión de siempre, las mismas bromas del mismo familiar de turno, la repetición de menús sucesivos durante los días señalados, la misma sensación de año que pasó demasiado rápido y del que ya no nos acordamos de casi nada, plantándonos estupefactos en un nuevo año extraño y hostil; los mismos informativos que destacan lo importante que es que el Gordo sea cuanto más repartido mejor, que los premios caigan donde más falta hacen, que un determinado premio ha caído en el barrio XXX de gente trabajadora, humilde, honrada y buenísima, y, por supuesto, los testimonios de los ganadores, repitiendo hasta la saciedad lo bien que irá el dinero para tapar agujeros…) cuyos ecos van poco a poco apagándose y que, tras oír o decir un año más, empezamos en el fondo a echar ya de menos… El caso es que vuelven a surgir nuevas dudas sobre las que se debería reflexionar aunque solo sea durante unos instantes para comenzar el año al menos tan perdidos como terminamos el anterior…











La Vall d’Ora

¿Qué hace que al caminar por un aparcamiento con gravilla sea inevitable dar una patada involuntaria y de potencia descomunal e inesperada a una piedra que permanecía suelta y que irremediablemente golpea ruidosamente a ese coche muy caro o bien de brillantes colores / alerones / llantas y cristales tintados? Normalmente es en ese preciso instante en el que llega el dueño del sublime vehículo con su pareja profiriendo aún más sublimes palabras…


¿De qué vivían los cerrajeros antes de que se inventaran esas pequeñas pegatinas de colores fluorescentes con las que empapelan las ciudades? ¿Cómo se anunciaban? ¿Cómo sabía la gente de su existencia?


¿Son realmente fiables los cajeros automáticos? Aparentemente, tienen una tecnología muy avanzada, conectados e interconectados desde todo el mundo con tus cuentas bancarias, te dan el saldo, los movimientos de los últimos días y semanas, puedes hacer diferentes consultas, sacar dinero confiando en que sin duda te lo dará exacto…pero eso sí, a la que marcas la opción de imprimir justificante descubres que es todo un montaje: sí, los cajeros funcionan con impresora de agujas como la que tenías en el Amstrad PCW monitor verde…lo cual explica la paupérrima calidad de la impresión y el tiempo que te tiene con el dinero en la mano y la larga espera del papelito mientras se empieza agolpar gente de todo pelaje en el exterior del cajero…











¿Podría plantearse (quizás en el marco de la famosa asignatura de “educación para la ciudadanía”, cuyo nombre por cierto merecería detallado análisis, ¿tan maleducados somos?) hacer algún módulo de componente teórica y práctica sobre cómo utilizar sofisticados artilugios como son los paraguas, para no causar gran perjuicio a otros usuarios de las vías públicas? Parece increíble que incluso los miembros más veteranos de la Sociedad, o especialmente ellos tienen enormes problemas en su manejo, con nudos gordianos bien definidos:

  • La distancia tendente a cero entre el paraguas y la pared más cercana: conviene recordar que el paraguas SE PUEDE MOJAR, no hace falta acaparar la parte más seca de la acera impidiendo su uso a peatones desprovistos de paraguas.

  • El “molinillo”: esa simpática costumbre de girar rápidamente el paraguas mojado mientras se espera en un paso de peatones, con ese efecto de centrifugado que tanto divierte a la gente que lo rodea.

  • El caminar sobre raíles: el hecho de portar un paraguas no impide a su usuario realizar pequeños desvíos y cambios de dirección.

  • La sombrilla impermeabilizada: antes de comprar un paraguas, basta con cerciorarse que cubre nuestra proyección en vertical, y un poco más, por si hay viento. Señora: por muy grande que sea el paraguas, el suelo que se pise siempre estará mojado, no monopolice la acera.

El establecimiento y cumplimiento de unas mínimas normas de comportamiento social respetuoso podría evitar a otros peatones la pesadilla de esquivar cientos de afiladas varillas situadas a la altura de los ojos y que avanzan impertérritas echando chispas con la pared más cercana…


¿A qué oscuro fenómeno atiende esa marcada tendencia de los cordones de los zapatos a desabrocharse en momentos clave, entre los cuales destacan a) la entrada en un lavabo público, aumentando la probabilidad con la suciedad y humedad existente en el suelo; b) justo antes de tener que bajar de un medio de transporte; c) al poco de comenzar a cruzar un paso de peatones de los peligrosos












¿Por qué, cuando manipulamos nuestro móvil en presencia de otras personas para buscar un número nuevo, añadir su teléfono a la agenda, etcétera, nos sentimos obligados a demostrar que, efectivamente, estamos haciendo, paso a paso, la operación que se espera de nosotros? “A ver...menú…agenda…nuevo contacto…vale, dime”. Otra modalidad de habla innecesaria son ciertos usuarios de taxis y bus: el sujeto del que hablamos espera a avistar uno, levanta la mano y añade a media voz: “taxi”. Bien sabe el interfecto que, de otra manera, el taxista le habría ignorado por completo. Esta audaz e infalible técnica se utiliza en ocasiones menos frecuentes para detener un autobús, en este caso recurriendo a un “pare” o “aquí” o “ya, ya”.


¿Por qué no llegaron a triunfar esas fundas de tapa del váter mullidas y con flecos (generalmente de color verde o azul feo)? De acuerdo que, higiénicamente, nos acercaba a la Edad Media, pero quizá debería reconsiderarse su reimplantación o adaptación a los tiempos actuales, con el fin de evitar esas congelaciones en pernil posterior y nalgas al mínimo contacto…algunos países del Este de Europa tuvieron la idea poco chic de poner esa pieza de madera (o símil madera), con notables efectos térmicos que sus usuarios agradecen en los meses invernales…tenemos aún mucho que aprender de esos sabios eslavos…


El observador


Se recomienda:

La película “El héroe del río”, de Charles Reisner (personalmente, creo que los efectos especiales aún no han sido superados por ninguna otra película)

La canción “Minor Swing”, del maestro Django Reinhardt

El libro “Miau”, de don Benito Pérez Galdós

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