- Véase, como ejemplo de los primeros, el caso de estar hojeando una revista antigua, y apreciar cómo la obsolescencia hace ridículos a una gran parte de los anuncios, como los que tienen una tremenda estética ochentera (hombreras, laca, etc.) o las de aquella marca o producto que un día desapareció para no volver; yogures Chambourcy, el Lila pause o el anuncio de un Peugeot 505 contigo al fin del mundo
- Es raro eso de descubrir a alguien que tiene exactamente la misma posición anormal que tú. Pongamos como escenario un museo, para dárnoslas de culturetas: véase ese caminar despacio por moquetas durante horas (no hay actividad más agotadora); mientras observamos absortos un cuadro con los brazos cruzados, por ejemplo, descubrimos que alguien situado a nuestro lado tiene los brazos también cruzados en la misma postura…encuentro de miradas, percepción de gesto absurdo especular, cambio brusco de la postura, volver por direcciones opuestas, intentar olvidar el fatal incidente.
- A menudo, los sujetos de mayores dimensiones son a los que más les gusta sentarse bien arrimados a sus sufridos compañeros de asiento, muy a menudo con el único objetivo aparente de mover la pierna arriba y abajo a gran velocidad, en una especie de tic nervioso que anuncia la pronta llegada del Apocalipsis…
Rovinj (Croacia), un pequeño gran rincón…
- Es también incómodo cruzar la mirada con ciertos desconocidos, siempre hay una especie de pequeña batalla en la cual nunca se sabe si pareces un perturbado (tanto por mantenimiento excesivo de la mirada como por esquivez pronunciada), y dónde está el límite entre la timidez y la ofensa. El momento culminante llega cuando se cruzan las miradas por segunda vez, y en el que toca valorar si vale la pena volver a repetir el episodio (como dominado o como dominante) o intentar intercambiar los papeles. A partir de entonces, lo más prudente es intentar evitar a toda costa un tercer cruce, de efectos imprevisibles…vean lo que le pasó a Steve Buscemi en aquel corto de los hermanos Coen…
- Un gran misterio que asola a gran parte de la Humanidad desde hace décadas es lo que se debe sentir al tocar las notas más agudas de una guitarra eléctrica, a tenor de las erizadas facciones que suelen poner los músicos en esos trances o éxtasis en los que no se sabe bien si están viendo a alguna divinidad primigenia o si simplemente tratan de disimular alguna inoportuna función vital que reclama su plena atención.
- Lo que más nos molesta cuando un tren (sí, ése que esperas impaciente por motivos importantes) llega tarde no es siempre el retraso en sí, sino la reiteración con la que anuncian la situación. Quizá piensen los responsables que escuchar treinta veces que el tren llega con un retraso de quince minutos nos hará sentir un gran alivio, pero de hecho suele ser al revés...a la musiquilla de aviso le sigue un coro de malos gestos entre los aspirantes a viajeros.
- Un gran misterio que asola a gran parte de la Humanidad desde hace décadas es lo que se debe sentir al tocar las notas más agudas de una guitarra eléctrica, a tenor de las erizadas facciones que suelen poner los músicos en esos trances o éxtasis en los que no se sabe bien si están viendo a alguna divinidad primigenia o si simplemente tratan de disimular alguna inoportuna función vital que reclama su plena atención.
- Lo que más nos molesta cuando un tren (sí, ése que esperas impaciente por motivos importantes) llega tarde no es siempre el retraso en sí, sino la reiteración con la que anuncian la situación. Quizá piensen los responsables que escuchar treinta veces que el tren llega con un retraso de quince minutos nos hará sentir un gran alivio, pero de hecho suele ser al revés...a la musiquilla de aviso le sigue un coro de malos gestos entre los aspirantes a viajeros.
- También es un momento extraño (quizá por lo inusual en estas latitudes) aquel en el que has quedado con otra persona y te das cuenta de que vas a llegar con bastante antelación; aun caminando despacio, llegas allí cinco minutos antes de la hora, preparado para la espera… pero no, a la otra persona le ha pasado exactamente lo mismo y también se ha presentado allí antes de tiempo. El encuentro es entonces bastante entrecortado, ya que ninguno estaba preparado para interaccionar tan pronto, y nos alcanza desprevenidos, sin saber bien por dónde comenzar… ¿habría sido más prudente esperar en silencio a que llegara la hora?
- Qué vergüenza ajena sufrir el mal doblaje de series y películas en las que un máximo de dos o tres dobladores intentan (lastimosamente, claro) reproducir el sonido de una gran multitud de gente; es muy cantoso que la muchedumbre de la pantalla solo genera un total de cuatro voces. Estamos ante esa clase de películas en las que, en una escena presuntamente nocturna, se distinguen formas y colores con bastante facilidad, no cuela en absoluto.
- Es un asco sin parangón tomar una infusión templada, solo comparable a beber agua sola y bastante caliente.
- A veces somos nosotros los que actuamos de manera extraña frente a una situación límite, como es ese momento en el que suena la alarma de incendios en un edificio. El pensamiento que pasa por nuestra cabeza es, automáticamente, “algún imbécil ha abierto la puerta que no era”. Luego una idea confusa y nublada pasa por nuestra mente, pero, mientras no oigamos gritos o carreras, lo más normal sigue siendo permanecer impasibles hasta que alguien consiga parar el molesto ruido. Ya avisarán si hay algo, ¿no?
- El proceso de caída de un diente: primero se mueve muy ligeramente, va cogiendo juego progresivamente con el paso de los días y se balancea cada vez más; en un momento dado se convierte en un colgajo que bambolea libremente, punzando en cada oscilación para un día aparecer, tras un breve calambrazo, clavado en su última magdalena.
- Primera norma para no molestar a la gente que está sentada pacíficamente (al menos en apariencia), en un asiento colectivo no del todo rígido, pongamos por caso las butacas del cine o el asiento de un tren de cercanías: no lanzarse sobre el asiento más rápido de lo que exige la Ley de la Gravedad. Está muy bien eso de que ya lo has pagado y que estamos muy cansados de estar de pie (horrible postura), pero no es imprescindible cargar y percutir la caída, con riesgo de lesiones cervicales para todos los ya sentados…
- Y qué decir de cuando el que hace lo recién relatado es sin duda le menos viajado, que destina el viaje a levantarse tras cada parada a comprobar que, efectivamente, el tren sigue todas las paradas que salen en el mapa, y sorprendentemente, en el mismo orden…tras cada mirada, el derrumbamiento en la silla, claro…
El observador
Se recomienda:
La película “Lejos de ella”, de Sarah Polley (alumna aventajada de gran maestra);
La canción “Pajarico” de Celtas cortos;
El libro “El caballero de la armadura oxidada”, de Robert Fisher (gracias, Maga!)
Publica un comentari a l'entrada