Miren al recién llegado

Al recién llegado
nadie antes le ha visto.
No hay alguno entre nosotros que conozca
la fuerza inmediata de su voz.
Ni haya escuchado sus pasos avanzar
hasta el lugar vacío que esperaba,
que todos avistamos
pensando: "Ahí estará muy pronto",
"esas paredes contendrán el eco",
"hasta allí le conducirán los pasos",
hasta allí a cada uno que desee hablarle,
u oirle mientras observa su rostro afortunado
y a sus brazos desenfundarse para el abrazo,
de la bienvenida
y del comienzo
y del desaforado espanto.



Ahí estará y aún es joven,
porque su nombre espera
junto a la madera recién pulida de la puerta.
Y por nuevo, y por recién llegado debe continuar.
Primero viviendo, luego haciendo
lo que aquel viejo hacía pero ya no puede
porque está viejo y porque se va yendo
se va cayendo, hundiendo,
a veces durmiéndose de cansancio
todos le vemos cabecear,
su pecho acercarce hasta su frente
arrugada de viejo envejecido.

Y el recién llegado le observa,
como un pequeño dios que algo conoce del futuro.
Y escucha el lamento de la muerte distante
a su rumor latir por un segundo debajo de las carnes
pero contemplando la perfección de su dicha,
la ignora y con ella a su propia sangre
llamándole de otra forma,
inyectándole algo de vida provisoria,
algo de toda esa dicha que sobra
hasta la médula calcárea de sus huesos.

Miren al recién llegado!
Mírenle llegar,
que ahí viene con miles de pequeños trozos,
con algo de todo rebosando.
Mírenlo hasta el cansancio!
Miren, que de dolor los ojos se me cierran.
Mírenlo a él!
Que mientras lo hacen,
yo soy el que me marcho.


Reinaldo Reyes

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