Los imbéciles de Europa

Los anglosajones tienen una colorida expresión para referirse a una interesante técnica de negociación: speak softly and carry a big stick, es decir, “habla a media voz mientras esgrimes un enorme garrote”, o lo que es lo mismo: negocia calmadamente mientras haces ostentación de la magnitud de tus armas. Ingenuamente un servidor entrevió en una reciente comparecencia de Mariano Rajoy esa misma estrategia: A principios del mes de marzo, el presidente del gobierno compareció ante los medios para anunciar que como España es un país soberano y dueño de sus actos, el objetivo de déficit público español (la diferencia negativa entre gastos e ingresos del Estado) pasaría del 4,4% al 5,8%, es decir, que el actual gobierno se proponía hacer más liviano el proceso de recortes y austeridad. El garrote que lucía Rajoy, pensaba uno ingenuamente, es que en el caso español, a diferencia de griego, si España se apea del euro se acaba el juego. Los que somos de la opinión de que experimentos con España, los justos (y menos aún si son a la griega), nos congratulamos de la valentía del presidente.


Pero bastaron apenas unos días para dejar patente que las declaraciones de Rajoy no habían sido más que el Acto I de un drama europeo burdamente urdido. El Acto II acaeció unas horas después del anuncio de Rajoy. En la concurrida sala del Consejo Europeo, ante la atenta presencia de decenas de periodistas, cámaras y micrófonos, Luis de Guindos se encuentra en un corrillo con homólogos europeos, cuando de repente entra en escena Jean-Claude Juncker, presidente del Eurogrupo, y con ambas manos rodea por el cuello a nuestro ministro patrio, haciendo ademán de estrangularlo. Semejante ataque de improvisación y campechanía tenía que levantar sospechas, sobre todo proviniendo de un eurócrata de habitual semblante hierático. Efectivamente, el Acto III fue sin duda la comparecencia del propio Juncker, que comenzó rechazando enérgicamente y dando por finiquitada la propuesta de Rajoy y acabó aceptando pulpo como animal de compañía, pero no será un pulpo del 5,8% como pedía el presidente español, sino del 5,3%.

Conclusión: Todos (alemanes, eurócratas, y celtíberos) son conscientes de que para el 2012 no alcanzamos el objetivo inicial de déficit del 4,4% ni hartos de vino. Así pues, pactan: primero, que aparezca Mariano defendiendo con firmeza lo patrio; segundo, que Juncker le pare los pies, con foto de fingido estrangulamiento incluida, para que apacigüe los ánimos de los mercados y los votantes alemanes; y tercero, y más importante, que Merkel no diga ni mu. Todos ganan, y de momento hemos pasado de un objetivo del 4,4% al 5,3% (que se cumpla es otro cantar), que ya es algo.

Y es que a estos eurócratas, aunque se debe admitir que cumplen con su cometido a rajatabla, hay que darles de comer aparte. Recientemente ha tenido a bien visitarnos Joaquín Almunia, otrora candidato a la presidencia del gobierno de España y desde hace años eurócrata profesional. Aunque por el acento al hablar español uno diría que es oriundo del País Vasco, por las cosas que dice más bien parece de Marte o de una galaxia muy lejana. Le explicó al periodista Xavier Bosch nada menos que la crisis es culpa de los americanos que han exportado a Europa su modelo económico. Y puede que le asista la razón, por qué negarlo, pero también le habría asistido si hubiese culpado de los males del Viejo Continente a Adán y a Eva. Nuestro problema es que los alemanes nos han dejado un porrón de pasta que no podemos devolver, con todos los matices y sutilezas que se quieran. Traer a colación a los americanos parece más bien echar balones fuera.

Pero el eurócrata que recientemente se ha llevado la palma es sin duda el también español Amadeu Altrafaj, portavoz de asuntos económicos de la Comisión Europea. Hace unos meses al hombre no se le ocurre otra cosa que vía vídeo-conferencia asistir al programa de toda una institución del periodismo en el Reino Unido: Jeremy Paxman (incisivo donde los haya, algo así como Mercedes Milà antes de que se orinara en la ducha o hiciera cosas peores en el mar). Ante las arremetidas de los tertulianos británicos, Amadeu se planta delante de la cámara y cual autómata le da al play: “el euro es un escudo que ha protegido a muchas de nuestras economías y es un factor de prosperidad y estabilidad…”. La reacción del tertuliano Peter Oborne, periodista conservador euroescéptico y thatcherista confeso, fue echarse a reír y espetar algo así como “Esta gente es totalmente incapaz de reconocer una obviedad. […] Da pánico escuchar a ese imbécil de Bruselas”. A la tercera o cuarta ocasión en que calificó de “imbécil” a Altrafaj, éste se quitó el pinganillo, tomó las de Villadiego y los dejó plantados.

En el estudio de la BBC Oborne lucía esos calcetines blancos que te impiden la entrada en cualquier discoteca, los mismos que debe de lucir con sus sandalias cuando viene de vacaciones a la Costa del Sol. Pero igual que, fiel a su condición de británico, es euroescéptico y hortera sin pudor, también se atreve a decir verdades como puños; verdades interesadas, pero verdades al fin y al cabo. De lo que nadie habla, vino a decir refiriéndose a los “imbéciles” de Europa, es de la absoluta inhumanidad del euro. Y sentenció: El euro está destruyendo el sustento de millones de ciudadanos griegos.

Ahora que España es el centro de todas las miradas y está en el punto de mira de los mercados, pronto nos exigirán más a todos los niveles y en todos los sentidos, y cabrá preguntarse: ¿la destrucción de cuántos millones de sustentos españoles vamos a ser capaces de asumir?



Óscar Ramírez

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