Xenia

Cuenta Homero que cuando Ulises llegó a Esqueria, el rey del lugar le dispensó un recibimiento por todo lo alto: En su honor hizo sacrificar decenas de ovejas, jabalíes y bueyes, celebró unos juegos, y lo colmó de todo tipo de suntuosos presentes. Lo curioso del caso es que el pueblo de Esqueria ignoraba la identidad del héroe griego. Para ellos Ulises era un perfecto desconocido. Los entendidos explican que desvivirse por complacer al extranjero era un uso social muy extendido en la Antigua Grecia, uso al que se referían con el término Xenia. ¿Era Xenia una forma de altruismo? No del todo. Gracias a esa tan generosa hospitalidad, los griegos se garantizaban una actividad de vital importancia para ellos: el comercio. Al tratar bien a sus futuros clientes y socios mercantiles, generaban el clima de confianza imprescindible para los intercambios comerciales. Era una manera de invertir y generar negocio en el futuro.


Tres mil años más tarde, a la banca celtíbera no parece interesarle en exceso esto de la generosidad hacia el prójimo, ni de generar negocio futuro. Uno puede llegar a comprender que, para no dejarlo todo perdido, eviten degollar un gorrino en honor de cada cliente, actual o potencial, que cruce el umbral de la sucursal de marras. Pero de ahí a asaltarle con un muestrario de participaciones preferentes o con un surtido de productos de dudoso beneficio media un mundo.

Recientemente al intentar realizar una transferencia, un servidor ha padecido un engorroso problema con su banco británico. ¿Cómo se ha zanjado el asunto? La entidad en cuestión me ha remitido una carta con profusas disculpas, pidiéndome que, como muestra de su buena voluntad, aceptase una transferencia de 50£ (sin ser yo un cliente VIP, ni mucho menos) en concepto de indemnización por los inconvenientes, la “frustración y la pérdida de tiempo” que me hayan ocasionado. La cosa se quedaría en mera anécdota si no fuese porque hace tres años me sucedió algo similar con otra entidad británica diferente, que también acabó lamentando lo sucedido y engrosó mi cuenta con otras 40£ en forma de disculpa. En lo que respecta a los particulares, la banca británica acostumbra a dispensar, por lo general, un trato justo a sus clientes.

¿A qué se debe semejante trato? Aparte de atender bien a sus clientes con el fin de mantener el negocio presente y generar más a futuro, y de compensar a los foráneos por el maltrato meteorológico, los bancos británicos le tienen verdadero pavor a la sociedad civil y al regulador. Los súbditos de Isabel saben que si sus bancos dejan de tener buena voluntad, la ira del regulador y los tribunales caerá sobre ellos. ¡Qué no se puede esperar de un país que envía a la cárcel a un ministro por mentir sobre los puntos de su carné de conducir!

Así, por ejemplo, hablar de hipotecas endowment en el Reino Unido es como hablar de preferentes en España. Su sola mención provoca sarpullidos entre la población. Como en el caso de las preferentes, nada tienen de malo estas hipotecas. La endowment viene a ser una hipoteca ligada a la bolsa: si la cosa va bien, a vencimiento el hipotecado habrá acumulado suficiente patrimonio para saldar la deuda y disponer de un dinero extra para pateárselo en lo que le plazca. Pero si las bolsas arrojan un mal comportamiento, es posible que los hipotecados no dispongan de suficiente capital para saldar la deuda, y el quebranto sufrido les puede ocasionar la ruina. Tanto en el caso de las preferentes como en el de las hipotecas endowment, el problema no radica en el producto en sí, sino en haberlo vendido como lo que no es: las preferentes no eran “una especie de depósito” y las endowment no garantizaban una ganancia segura.

En el escándalo de las preferentes, las autoridades patrias han decidido mirar hacia otro lado, y al parecer se le ha endosado a los jueces el marrón de bregar con los cientos de miles de afectados. (Por cierto, Jordi Évole, el otrora cómico y ahora azote de toda suerte de abusones, realizó un excelente análisis del tema en una reciente emisión de su programa Salvados.) En países más civilizados estos asuntos se abordan con cierta decencia. En el Reino Unido los reguladores y defensores del consumidor decidieron que probablemente había habido mala praxis generalizada al comercializar las hipotecas endowment y que por ello la carga de la prueba debía recaer sobre los bancos e intermediarios financieros; eran estos quienes debían demostrar que informaron adecuadamente al cliente y que este era consciente de lo que firmaba, y no al contrario. El resultado final: miles de millones de libras en indemnizaciones para los clientes afectados y en multas para los intermediarios, algunos de los cuales se vieron forzados a echar el cierre.

En Celtiberia el desamparo de los clientes de banca será deprimente, pero acostumbra a lucir un sol espléndido.


Feliz mes de febrero,


Óscar Ramírez

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1 comentari :

  1. Cada vegada veig més clar que som diferents, entenent com a diferents a "Cutres"

    Molta Constitució, moltes xarrameca sobre democràcia,... bufa, tot paraules

    Quina pena, alguna crisi ens farà canviar?

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