Elogio del pragmatismo

Nuestros medios de comunicación parece que han dejado atrás la cantinela de “nos tienen manía” y algunos han vuelto al lamento de los “malditos liberales”. Cuando gozábamos del mejor sistema financiero del mundo y la prensa anglosajona denunciaba la desnudez de nuestros bancos, a nuestros políticos y periodistas de todas las inclinaciones ideológicas les faltaba tiempo para soltar un cúmulo de improperios contra los hijos de Shakespeare.

Hace más de una década, cuando por estos lares todo era jiji y jaja, desde las páginas del Economist ya se advertía de las descomunales burbujas inmobiliarias que se estaban formando en el mundo occidental. De hecho, medios como el semanario británico fueron los mejores antídotos para paliar los prejuicios propios del más común de los mortales celtíberos (“el tocho es la mejor inversión”) y amortiguar el constante bombardeo patrio de políticos, banqueros, promotores y medios de comunicación, que nos animaban a vender nuestro futuro para comprar cien metros cuadrados de ilusión. En parte, si este humilde escribiente no acabó enladrillado hasta las cejas, como muchos de sus incautos congéneres, fue gracias a la machaconería de los papeles británicos.

Ahora, además, leo críticas de un mediático economista español contra el anti-intervencionismo a ultranza de los medios anglosajones: “¿Qué habrían dicho [los medios liberales británicos] si España hubiera establecido limitaciones cuantitativas al crédito?”, se pregunta el economista (traducción de la pregunta:¿Qué habrían dicho si en los años de bonanza se hubieran aprobado leyes para restringir la concesión de hipotecas?). Según el mismo economista: “A buen seguro [los medios liberales británicos] habrían comparado a España con la Cuba castrista”. Pues bien, resulta que a excepción de cuatro gatos, aquí, en la España que tan bien iba, nadie se atrevía a proponer semejantes medidas, ni desde la izquierda ni desde la derecha ni desde arriba ni desde abajo. Pero la respuesta deja patente que el referido economista, muchas de cuyas propuestas para salir o paliar la actual crisis son bastante razonables, no leía el Economist en 2003. Por aquellas fechas el semanario británico sugería a los bancos centrales subir los tipos de interés y, en su, proponía a los gobiernos aprobar leyes para limitar la concesión de créditos con el fin de moderar el ciclo inmobiliario y evitar indeseadas burbujas. Otro ejemplo: en estos momentos, en el Economist ven con buenos ojos que el estado se endeude más para invertir (en particular el británico, cuyos costes de financiación son ínfimos comparados con los nuestros), posponiendo así las medidas de austeridad y propinándole un empujoncito al crecimiento. No está nada mal para un medio anti-intervencionista a ultranza.

Puede que semejantes propuestas hagan revolver las tripas de los partidarios del pensamiento económico de la escuela austriaca, que a buen seguro tacharán al medio británico de predicar un socialismo rayano en lo subversivo. Independientemente de que la propuesta del Economist sea más o menos acertada, o de que estemos más o menos de acuerdo, lo que el medio británico parece practicar de verdad es un liberalismo pragmático al estilo del célebre economista estadounidense John Kenneth Galbraith, quien recelaba de aquellos que decían “estoy a favor de las privatizaciones” o “estoy profundamente a favor de la propiedad pública”. Galbraith huía de dogmas y se declaraba a favor de lo que funcionase en cada caso. Cabría también parafrasear al más entretenido de los Marx (el bigotes, no el barbas): estos son mis principios, si no funcionan tengo otros.

Pues eso, ¡pragmatismo, camaradas, pragmatismo!

Feliz mes de junio,
Óscar Ramírezoscarramirezbcn@gmail.com

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