Un cronómetro para medir el espacio

Después de dedicar el mes pasado a intentar explicar cómo hemos organizado el tiempo que tarda la Tierra en dar una vuelta alrededor del Sol en meses y semanas, hoy vamos un paso más allá repasando cómo y por qué nos dio por medir con mayor precisión la más esquiva de nuestras dimensiones en horas, minutos y segundos...aunque en realidad la pregunta importante es: ¿cuándo comenzó a hacer falta tanta precisión en la medida del tiempo?

¿Cómo subdividir el tiempo que dura un día?

Nuestra organización del tiempo en horas, minutos y segundos se basa en el célebre sistema dodeca-sexagesimal (basado en el 12 y el 60), explicado ampliamente en el artículo de diciembre. Una vez impuesta esta base, “sólo” queda encontrar la manera de identificar 12 ó 24 períodos de duración constante que completen medio día o un día entero, y luego ir subdiviéndolos a su vez en intervalos menores… Por si había alguna duda, no es un tema precisamente sencillo. Los dos principales problemas que se debieron encontrar las gentes de la Antigüedad que quisieran resolverlo serían: a) cómo identificar cuándo había pasado exactamente un día y b) cómo contar el paso del tiempo de una manera precisa y estable.


 Los incas, una civilización que destacó tremendamente en astronomía e ingeniería...y nos dejó un legado imprescindible

El primer problema tiene como principales dificultades la falta de referencias claras: el punto que ocupan los astros en el cielo es siempre cambiante y, excepto en el Ecuador, cada día es siempre más largo o más corto que el anterior después de cada solsticio de invierno o verano, respectivamente, y a una velocidad de alargamiento o acortamiento siempre variable (más rápida cuanto más cerca de los equinoccios). Por supuesto, compartir las mediciones con investigadores de otras regiones implicaría la necesidad de ajustes importantes, al describir la posición relativa del Sol trayectorias diferentes en función del punto de observación.

El segundo problema era el desarrollo de un sistema preciso para medir el paso el tiempo a intervalos constantes, que validara y a la vez fuera validado por la solución al primer problema. Sin duda, los relojes de Sol y los cronómetros de arena y agua fueron los medios más eficientes que se desarrollaron hasta poder conseguir una precisión aceptable.


Para nuestra Sociedad conocer la hora es casi imprescindible desde la primera escolarización y pasando por cualquier evento social o laboral en el que queramos participar…coger un medio de transporte, quedar con alguien, un contrato laboral que estipula las horas semanales o mensuales que debemos a la empresa, ir a un curso…somos esclavos del reloj y no podríamos funcionar simplemente suponiendo que la hora actual debe estar entre las 10 y las 12…Sin embargo, hasta hace relativamente poco, conocer la hora con precisión era un ejercicio tan agotador como vacuo. Simplemente, porque a nadie le hacía falta. Sin embargo, llegó un día en que el Mundo comenzó a necesitar precisión en la medida del tiempo para una actividad que, curiosamente, era exasperantemente lenta: la navegación oceánica.



El cronómetro: un instrumento fundamental para medir el…espacio

Para los europeos de la Edad Moderna, cruzar el océano Atlántico no debía ser tan complicado una vez que se pudo probar empíricamente que había un continente al otro lado…sólo había que tomar dirección Oeste y en algún momento se acabaría tocando tierra. Sin embargo, la cosa se complicaba terriblemente cuando el objetivo era llegar a algún sitio particular de América y posteriormente volver a otro punto concreto de Europa, a ser posible consiguiéndolo en un plazo que permitiera mantener con vida a la tripulación y evitando naufragios y colisiones con islotes indeseables. Todos estos principios parecen bastante respetables. Y si además se pretendía cartografiar la costa y la ruta realizada, para que otras expediciones pudieran aprovechar la información recogida e ir trazando rutas cada vez más seguras y eficientes, la necesidad de una navegación mínimamente precisa era un imperativo.


Para saber en qué punto del océano (o del Mundo, vaya) te encuentras necesitas conocer tu Latitud (posición en el eje norte – sur) y tu Longitud (posición en el eje este – oeste). La latitud es fácil de calcular para cualquier navegante competente, midiendo la posición del Sol en su cénit o con la Estrella Polar durante la noche. Sin embargo, el cálculo de la Longitud fue un reto científico colosal durante siglos, y se basaba en mediciones extremadamente precisas de la posición de las lunas de Júpiter o de nuestra Luna. Estas mediciones, complejas en tierra, eran técnicamente imposibles de realizar con los vaivenes de un barco en alta mar. La solución pasaba por dividir la superficie de la Tierra, ahora que estaba claro que era esférica (o casi), en porciones constantes. ¿El método empleado? el (sí, otra vez) sistema dodeca-sexagesimal babilonio perfeccionado por egipcios, griegos y árabes, principalmente.

Antes de seguir toca hacer una aclaración imprescindible y probablemente innecesaria: la Hora Solar no es la que marcan nuestros relojes. El mediodía solar ocurre cuando el Sol está en su cénit, por lo que la hora solar de Teruel es diferente de la hora solar de Pontevedra, ya que no están a la misma longitud: Pontevedra está más al oeste, por lo que su hora solar tiene retraso respecto a la hora solar de Teruel. Haremos una pequeña trampa en la explicación, consistente en suponer que una hora solar dura lo mismo que una hora de las que marcan nuestros relojes, lo cual no es exactamente cierto pero lo aceptaremos para no complicarlo aún más. Si aún queda alguien ahí, vamos con el intento de explicación:




Si divides la Tierra en 360 meridianos (cortes en dirección Norte-Sur) iguales, y otorgas a cada uno un valor de un grado (es decir, que después de atravesar 359 meridianos llegarías de nuevo al 0º), y sabiendo que la Tierra tarda (minuto arriba, minuto abajo) 24 horas en completar una rotación completa, es fácil de calcular que, cada hora, “el Sol recorre” (visto desde la Tierra): 360º/24=15º. En otras palabras, si en este momento exacto es mediodía solar en Berlín, sabemos que una hora más tarde será mediodía solar 15º al oeste (más o menos en Soria). Veintitrés horas más tarde, volverá a ser mediodía en Berlín.
Con esta lógica, si conoces la hora solar de TU barco y al mismo tiempo conoces la hora solar en una Longitud conocida (por ejemplo, el centro de Soria), calculas la diferencia de tiempo y sabes a cuántos grados al este o al oeste de Soria te encuentras. Por ejemplo, si vas con dos horas de retraso respecto a la hora solar de Soria es porque estás 30º al oeste de dicha ciudad. Por tanto, ya conoces tu Longitud.

El “pequeño detalle” que no se pudo resolver satisfactoriamente hasta hace poco más de 200 años, y que enlaza con el tema inicial del artículo, fue conseguir un reloj que funcionara de manera fiable cuando iba dentro de un barco agitado por las olas y sometido a continuos cambios de temperatura. Es decir, que entre los siglos XVI y gran parte del XVIII se navegó por todos los Océanos y se intentó cartografiar el Mundo sin conocer la Longitud con precisión, pese a los numerosos concursos organizados por los principales reyes europeos, ávidos en conseguir rutas más fiables para cruzar los océanos. Fueron los británicos los que lo consiguieron…

En el próximo capítulo sobre el tema veremos la aplicación práctica de lo explicado este mes y cómo nos encadenamos voluntariamente al reloj…la mala noticia es que lo haremos obligados a visitar la pérfida Albión, donde nos encontraremos con elementos tan dispares como la Marina Imperial Británica, Darwin, la Revolución Industrial, el suburbio más famoso de Londres, James Cook y la invención definitiva del Tiempo Mundial...


El observador


El enlace:
Nadie ha relatado tan bien como Julio Cortázar nuestra esclavitud al reloj: ahí va el archiconocido Preámbulo a las instrucciones para dar cuerda a un reloj:

El enlace (2):
La vida y obra de John Harrison, el inventor del primer cronómetro marino utilizado para cartografía precisa:

La cita:
“Los periódicos son los juguetes de unos pocos hombres ricos. El capitalista y el editor son los nuevos tiranos que se han apoderado del mundo. No necesitamos una censura para la prensa. La prensa misma es la censura. Los periódicos nacieron para decir la verdad y hoy existen para impedir que la verdad sea dicha”. Gilbert K. Chesterton



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2 comentaris :

  1. ¡Enhorabuena! me apasiona el tema. Perfectamente explicado.

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  2. Muy interesante, esperando el nuevo artículo para seguir conociendo la historia

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