Las extrañas sensaciones (I) – La comida maldita


Se abre hoy una nueva serie de capítulos relacionados con algunos de aquellos horribles momentos súbitos que acechan tras una aparente calma; esos que, agazapados, marcan su compás, que dice Gardel, para sorprendernos en un fugaz pero intenso instante en el que consiguen que odiemos la vida. En este capítulo en concreto, el enfoque se hará sobre el cada vez más en desuso arte del yantar…


Véase esa situación en la que te decides darte un homenaje con esas croquetas que con todo cariño congelaste hace semanas (o, en su caso, compraste al señor Pescanova esperando que el cariño lo pusiera él) y que, tras freírlas, muerdes descubriendo con pavor que puedes abrasarte las encías a la vez que se te congelan los dientes por culpa del núcleo de hielo que permanece inmutable a varios cientos de grados bajo cero…gran situación, sin remedio, ya que ninguna de las soluciones más intuitivas (1. dejar que se descongele parcialmente el núcleo, para comer la parte externa solo caliente y el interior aún muy frío; 2. esperar a la descongelación total y comer la parte externa templada y mojada y el interior fresco y mojado o 3. optar por la solución definitiva, consistente en coger las dos mitades y freírlas por separado, aún menos recomendable, por cierto, por si alguien osara probar) son precisamente satisfactorias. Por cierto, que la potencia fijadora de la masa de croquetas a la superficie de los dientes y encías es proporcional a lo extremo de su temperatura, ¿o es que nadie ha recurrido, en un momento de pánico, a proceder a su despegado con la servilleta en instantes en que salvar la vida es lo único que se puede hacer?

El Perafita y Estany de la Pera…


¿Qué decir del placer de degustar una fragante mandarina proporcionadamente dulce y ácida, bien provista de sabroso jugo pero que oculta taimadas semillas durísimas y resbaladizas en su interior? Qué forma de arruinar tan noble y modesto agasajo…Dirán que quedan las naranjas, pero claro, pelarlas no es compatible con tener que manipular durante las siguientes horas algún documento importantes o cualquier tipo de aparato sensible …


Los maíces fritos: no es de conocimiento público, pero es un hecho demostrado que el Sindicato de fabricantes de este producto están obligados, siguiendo ritos ancestrales, a ubicar al menos una unidad indestructible en cada bolsa, que se descubre antes de explorar con la lengua si los durísimos restos que han aparecido tras la detonación son aún maíz o si hay alguna pieza dental que ha salido malparada…También es destacable cómo el gremio de productores y envasadores de pipas (hermanado por cierto con el Sindicato anteriormente aludido) consiguen situar estratégicamente algunas unidades podridas y ennegrecidas para sorpresa desagradable del sujeto que comenzaba a acelerar, confiado, el ritmo de pelado e ingesta.










Gran invento las tortillas, especialmente esas deliciosas en las que el artífice ha hecho el 99% perfecto, descuidándose tan solo ese trocito de cáscara (dureza 9 en la tabla de Mohs) y que a) se clava en una encía; b) se cuela entre dos muelas permaneciendo inalterada durante semanas o c) resbala por el lateral de una muela rechinando (dentera inevitable) para posteriormente clavarse en la encía; y que siempre d) te produce que la palabra salmonela aparezca en tu mente en forma de destellos.


En Navidad y otras fechas señaladas es frecuente la degustación de langostinos, otrora símbolo de distinguida clase y posición social, y ahora adquiridos en cajas de a cientos en cualquier subpermercado (véase el capítulo “La constante involución”, de octubre de 2007), seleccionados, mejorados, criados y engordados con paciencia y pienso con el único objetivo de proyectar un chorrete de color indefinido (horrible en cualquier caso) en el momento de escindir la cabeza del tórax, y que de alguna manera consigue abrirse paso hasta la ropa que con gran esmero se eligió para tan señalada fecha (ojo, lo más probable es que el mencionado chorrete libere parte de su carga pirotécnica en el pantalón, reservándose su parte más esencial un hueco inolvidable y sempiterno en la americana y/o camisa y/o corbata y/o traje de noche del sorprendido celebrante o celebranta…ni siquiera los valientes que se lanzan a jugar a cirujanos con cuchillo y tenedor suelen salir mejor parados…



Otoño, tiempo de setas; los avezados boletaires que gustan no sólo de recogerlas sino además de cocinarlas y comerlas habrán aprendido sin duda a disimular el descubrimiento de esa pequeña montaña de tierrilla que permanecía protegida en algún punto localizado en lo más profundo de la seta, y que se sitúa hábilmente sobre y entre las muelas durante segundos intensos produciendo singular sensación.


Un tema que aún no ha conseguido solucionar la ingeniería genética es el desarrollo de mejillones sin esos pelazos que hacen dudar de si se habrá filtrado a algún gato despistado y verde o a alguna asombrosa criatura del proceloso océano; claro, que ya puestos, no es la mejor idea ponerse a estudiar anatomía animal cuando lo que se tiene entre manos es un mejillón…se descubrirán complejos tubos, órganos y masas informes de los colores, formas y texturas más sorprendentes, que le conseguirán quitar el apetito que le hubiera quedado tras alguna de las sorpresas ya relatadas.


En fin, que si gustan de sobresaltos desagradables, o simplemente de sorpresas relacionadas con la comida, pueden invertir largos, amenos y muy baratos ratos leyendo toda la información de los productos alimentarios que pueden encontrar en cualquier tienda o establecimiento (exceptuando algunos de esos de delicatessen…); se maravillará contemplando las docenas de ingredientes necesarios para hacer una simple magdalena, se podrá devanar los sesos imaginando qué aspecto, sabor y forma tendría (si es que es imaginable) si se hubiera prescindido de uno solo de los componentes de la galleta filosofal…y por supuesto, si mira un poco más se sentirá halagado por el viaje que han hecho esos pepinillos hasta llegar a su banderilla, o los maravillosos países y continentes en los que habrán estado esas lentejas o esos brotes de soja en los que se reencarnó Phileas Fogg y que, por algún motivo, han recorrido más mundo que tú en un periplo que terminará en el río más cercano…


El observador


Se recomienda:

La película “Una noche en la ópera”, de Sam Wood

La canción “El día feliz que está llegando”, de Silvio Rodríguez

El libro “Historias de cronopios y de famas – Manual de instrucciones”, de Julio Cortázar


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