Austeridad religiosa

Según Gregory Paul y Phil Zuckerman, dos investigadores americanos, la creencia en Dios estaría inversamente relacionada con la lucha por la existencia. En los países donde la vida es más llevadera, con abundancia de alimentos, asistencia sanitaria universal y acceso a la vivienda la gente cree menos en Dios que en otras naciones donde la protección al ciudadano es más rácana. La idea es que a falta de ayuda externa mejor que te encomiendes al Todopoderoso. Con la parca cobertura sanitaria de EEUU no nos debe extrañar, pues, que los americanos sean más religiosos que los europeos. Si Paul y Zuckerman están en lo cierto, y en vista de los recortes en sanidad que estamos empezando sufrir por estos lares, en breve las iglesias van a estar a petar.



La situación está llegando a límites preocupantes. Desde el Economist apremian a la señora Merkel para que les explique a los suyos la cruda realidad y los convenza para que saquen la chequera y arreglen el desaguisado. ¿Qué argumentos le proponen los delEconomist para que esgrima la canciller alemana ante sus votantes? Básicamente dos: 1) que la dolorosa va a ser mucho más asequible si se rescata a Grecia ahora y no dentro de un tiempo (cuando además no sea solo Grecia a quien haya que rescatar), y 2) que la alternativa (léase la desintegración del euro) puede alcanzar dimensiones apocalípticas. De desmoronarse el euro y el mercado común, UBS cifraba recientemente una potencial caída del PIB germano en hasta el 25% durante el primer año, y la mitad de ese porcentaje en años sucesivos. En España y demás países periféricos la caída inicial sería superior al 40%. Brutal, vaya.



Sea como fuere, obviamente la limosna que se le ofrece a los periféricos va acompañada de una serie de medidas para fomentar el crecimiento: reformas estructurales, liberalización, privatizaciones, recorte de la burocracia, alargamiento de la vida laboral, etc. Lo que sucede es que, dadas las condiciones draconianas impuestas en el corto plazo, lo que Europa y Alemania le están tendiendo a Grecia más que la mano parece una soga.


El planteamiento de las ayudas y las consiguientes medidas de austeridad contiene dos problemas difícilmente sorteables en el medio plazo: 1) que los teutones acepten apoquinar para rescatar a los primos gorrones del sur, por mucho que esos primos gorrones se hayan pulido parte de la pasta comprándoles (wir leben) autos. (Tanto es así que la semana pasada circulaba por internet una carta de Pippa Mamlmgren asegurando que los alemanes estarían preparados para imprimir marcos otra vez. “Si hay que rescatar, rescatamos a los propios, y los extraños que aguanten su vela,” parece ser el argumento); 2) tampoco parece lógico pensar que esos mismos gorrones se sigan bajando los pantalones indefinidamente.

El cheque alemán bien puede ser un cheque en blanco si se tiende más hacia una integración fiscal, cosa que parece muy improbable, o un cheque para salir de este brete hasta que llegue el siguiente obstáculo, es decir, hasta que llegue la siguiente castaña en los mercados financieros; lo que se conoce como ir trampeando, vaya.

Para evitar ese ir trampeando y que de ahora en adelante cada nueva crisis sea más profunda que la anterior los hay que apuestan por coger el toro por los cuernos. Los hay que creen que la salida de la crisis puramente a base de devaluación interna, reformas estructurales y liberalización es inviable (la losa de la deuda es demasiado pesada). Para ellos la mejor forma de volver a ser competitivos es mediante una combinación de reformas y una devaluación convencional, es decir, mediante la salida del euro. Edward Hugh, economista británico afincado en Barcelona, propone dos euros. A originalidad en la nomenclatura no hay quien le gane, ¡tachán!: euro1 y euro2. Os adelanto que la pertenencia a uno u otro no se decidiría por sorteo. Por mucho que presentemos nuestras credenciales de campeones de Europa, del mundo o de la Champions, nos tocaría el euro2, que buena falta nos haría. Para resumir, de un plumazo recuperamos la competitividad, vendemos fuera, atraemos turismo e inversión y rescatamos a los bancos y el mercado inmobiliario. Además, se formarían dos bloques “culturales” naturales, cuyos epicentros serían Alemania para el euro1 , y España e Italia para el euro2. (La ubicación de Francia no estaría tan clara.) Nuestros lazos culturales con nuestros allegados italianos son obvios; además, cualquier aspereza que se pudiera dar ya se encargarían de limarla Paolo Vasile y Jorge Javier Vázquez. Eso sí, la caída inicial del PIB no dejaría de ser enorme debido a la subida abrupta de los tipos de interés, el colapso del sistema financiero y las medidas proteccionistas que los diferentes países pudieran implementar. Pero pasado el shock inicial, igual volvemos al crecimiento.

Aunque los políticos opten por el “seguir trampeando”, el ciudadano, los parados, los empresarios o los humildes gestores de dinero parecen necesitar más certezas: o el cheque en blanco o la “división” del euro. Hemos llegado a un punto en el que o bien remamos todos en la misma dirección o bien nos bajamos y cada uno por su lado. De lo contrario, será la gente en la calle, hayan o no engrosado las listas de feligreses de nuestras parroquias, la que fuerce una salida caótica de la situación y tengamos que entonar aquello de: Que Dios nos coja confesados.

Feliz mes de octubre,

Òscar Ramírez
oscarramirezbcn@gmail.com

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