El
mes pasado me parecía que tenía interés hacer una especie de descripción del
momento actual, que siempre será histórico, ¡claro!: Vivimos, disfrutamos y
también soportamos unas situaciones de características maravillosas y llenas de
posibilidades y expectativas y a su vez desconcertantes, desafiantes y…tan
cerca de nosotros que no siempre resulta fácil manejar.
Pretendo
ofrecer algunas herramientas para movernos con alguna coherencia en tales
encrucijadas, sin ceder a lo violento, a la nostalgia que como un “quiste
crónico” nos incapacite para “volver a enamorarnos”, y sin ceder tampoco al
espíritu gregario.
Puede
ser la primera: Al presentarse una encrucijada, “tirar” por donde haya más
posibilidades de vivir. Os aseguro que no resulta fácil: en estos procesos de
cambio de ruta se siente el vértigo, un cierto mareo…al empezar a optar por
abandonar una trayectoria ya larga, con la que nos habíamos identificado, como
que desaparece la tierra segura en la que “hacíamos pie”…más o menos, se vivía
una cierta comodidad porque incluso éramos aceptados y respetados en nuestro
entorno, aunque –en paralelo-unas nuevas energía “reclamaban” su atención con
legitimidad. Y que a su vez, la ruta que se ofrece sugerente y con posibilidades
–de momento- resulta áspera, incómoda.
Es
verdad que al intentar empezar a recorrerla empieza a asomar cierta coherencia,
confianza, expectativas. Se fortalece la determinación de “cambiar el agua”.
Segunda
exigencia: Si se vive sin cuidado, sin las exigencias propias de tal conquista,
sin la fortaleza que se precisa para encajar la soledad, la disciplina
necesaria, para tolerar las frustraciones en soledad que permitirán “echar
músculo”, los ensayos violentos e inseguros parecerán mágicos, llenos de
interés. Si aseguramos los muros, los diques para afrontar la riada, la
inundación…que cuando llega no suele respetar lo gregario…
Tercera
exigencia en momentos de crisis (todos lo son): Víctor Frankl, en su libro “El
hombre en busca de sentido” explica que al entrar en Mathausen, donde todo invitaba al abandono y
al desaliento, él debía protegerse con una actividad disciplinada y metódica:
Cada día, el afeitado de su barba y el lustrado de sus botas…le permiten estar
preparado para el momento en que llegue
la liberación. Sabía como siquiatra que un buen número de presos no esperaban
nada: vivían su destino lo más coherente con un final desastroso inminente.
Y
es que lo definitorio de la persona no son las circunstancias más o menos duras
y difíciles, sino la manera con que las aborda. Desde una vocación de ciudadano
exigente y dispuesto a soportar el precio de la soledad.
Guillermo
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