Rusia, extraña estirpe (I): las relaciones humanas y la vida en el tren



Huelga decir que el pais más extenso del planeta, con sus 140 millones de habitantes, es tirando a variado, con decenas de etnias, religiones e idiomas (22 de los cuales son oficiales). Aun así, el recorrer dos terceras partes de las franjas horarias del país por tierra durante 18 días da como para generar unas cuantas observaciones que, sin llegar a captar en profundidad la psique nacional, ni pretenderlo, sí que pueden resultar curiosas para el viajero ibérico y preventivas para futuros visitantes...



Una de las cosas que más llama la atención de los rusos es que el hormigón armado no solo caracteriza la arquitectura urbana sino que también parece haberse instalado en las caras de sus ciudadanos. Es realmente complicado ver un semblante medianamente relajado, no digamos alegre (entiéndase, entre la población sobria). Cuando hablan dos desconocidos parecen irremediablemente dos viejos enemigos inmersos en una situación realmente incómoda y violenta, sin llegar a los extremos retratados en esta escena mítica de los Simpson
. Ciertamente, parece que las maneras hostiles para con el extraño son la base de la convivencia.

Esta situación alcanza su cénit en Moscú, Capital Mundial de la Desconfianza hacia Cualquier Desconocido en 2011, lo cual suele hacer muy complicado (especialmente sin sablar ruso) preguntar por cualquier dirección o parada de metro, por mucha pinta de guiri inofensivo que lleves, con mochilas y todo. Nadie se atreve a detenerse totalmente y tampoco hacen mucho esfuerzo por entender qué es lo que necesitas, de manera que la reacción más común, incluso a solicitudes tipo "metro" (se dice igual en ruso) será una de las siguientes: a) hacer como que no te ven ni oyen; b) poner una expresión que, tras larga reflexión, uno llega a traducir como "ni aunque pudiera dedicarte diez años de mi tiempo sería remotamente posible que llegáramos a entendernos sobre qué es exactamente lo que me pides que por otro lado me da igual "; o c) un brazo agitado y la mirada crispada dirigida hacia otro lado, que es más o menos lo que se hace aquí cuando no quieres volver a ver a alguien que acaba de decir algo terriblemente desagradable en el peor momento de tu vida.

En cualquiera de las tres modalidades se le queda al humilde viajero, al menos durante los primeros intentos, la misma cara de pánfilo, aunque, como todo fenómeno reiterado en países ajenos, llega a ser incluso divertido cuando uno viaja acompañado. Por supuesto, la situación cambia radicalmente según uno se aleja de Moscú: la gente se vuelve más amable y relajada, no huye despavorida, hace esfuerzo por entenderte e incluso pueden llegar a acompañarte (sin pedir dinero a cambio, cosa muy notable).




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En todo caso, conviene a quien quiera viajar por Rusia, conocer la norma social básica que rige la conducta ante un desconocido: NUNCA hay que sonreír a alguien que no conoces (por ejemplo, para solicitar una información, horario o dirección) ya que te verá de manera inmediata como alguien de quien dudar, sospechar o temer la exigencia de dinero. Por tanto, la mejor técnica para que te ayuden a encontrar una dirección o te den una información que te hace falta es ser lo más brusco y borde posible, lo cual les tranquilizará sobremanera, verán tus buenas intenciones y con un poco de suerte te ayudarán.

La cara de hostilidad del ciudadano medio se vuelve de puro y profundo odio si el interfecto viste uniforme, cosa bastante frecuente entre casi cualquier trabajador público que trate con turistas, ya sea en museos, estaciones de tren o de autobús, etc. Estos sujetos no esperan a confirmar que no hablas ruso para mostrarte su desprecio visceral; eso sí, una vez lo comprueban, se relajan ligeramente, probablemente por poder decir en voz alta lo que piensan del personajillo que ha osado hacerles trabajar y para colmo con el esfuerzo adicional de tener que explicarle (o no) dónde encontrar el autobús / tren / entrada. Es muy interesante cómo muchas de las frases que te dedican en ruso (generalmente, hablando con algún compañero de trabajo en tu presencia) incluyen la palabra “turisti”, que debe significar algo así como que están tremendamente complacidos de estar a tu disposición. No se espere piedad o algún gesto cómplice...

Hay sin embargo una situación en la que el ruso se abre a los extraños, y en el que incluso llega a hacer el esfuerzo por comunicarse...y es dentro de un vagón de tren, donde la vida transcurre en una dimensión paralela sorprendente: el tren pasa de ser un medio de transporte a un genuino medio de vida. Porque los rusos que toman trenes de largo recorrido (y los hay de recorrido muy largo) no ocupan el espacio que les es asignado: más bien lo convierten en su hogar, en ocasiones, durante días. Visten pantuflas y pijama o bata, monopolizan la mesita común con sus bienes y pertenencias y, en general, te harán sentir a todos los efectos (positivo si se tiene en cuenta la hospitalidad, negativo si esperabas disponer de tu propio espacio) como en su casa.


En un vagón de tren ruso se caen todas las barreras mentales que asolan al visitante en la calle; te entran sin escrúpulos, te preguntan por absolutamente cualquier cosa que les permita el conocimiento de alguna lengua que hablen (los mayores de 40 años suelen hablar algo de alemán; los más jóvenes saben a veces algo de inglés; si lo ven mal te hablan en ruso alto gesticulado), te arrancarán de las manos el libro que estés mirando y lo estudiarán con detalle. Una pregunta garantizada, siempre que consigan comunicarse, es el porqué de tu visita a Rusia, "con lo bonito que es Europa". Ninguna razón les parecerá mínimamente convincente. En cualquier caso, te ofrecerán probar su comida y bebida y rechazarán prácticamente cualquier cosa que les ofrezcas tú; parece ser que es de mala educación no ofrecer comida a los extranjeros pero es peor aún aceptar la que les ofrecen. En cualquier caso, es de agradecer el esfuerzo por intentar la comunicación, y la curiosidad infantil que sienten hacia el visitante foráneo. Esta sociabilidad es en parte lógica, teniendo en cuenta que el tren es el principal medio de transporte fuera de Moscú y la única manera razonable para la mayoría de la población de cubrir las enormes distancias del país.

Sin embargo, dentro del tren no todo es amabilidad y buenas intenciones: un aspecto molestísimo para el visitante es la impaciencia de los locales (extensivo a la mayor parte de las numerosas colas que hay que hacer en el país): no dudarán en utilizar los codos y el desplazamiento lateral para entrar los primeros en el vagón. Una vez en el pasillo, el empujón es continuo mientras no lo recorras a la velocidad que a ellos les parece oportuna (independientemente de si llevas maletas y/o mochilas o si el pasillo está colapsado). El agobio no cesa al alcanzar el compartimento, ya que intentarán sentarse lo antes posible, aunque no tengan nada más que hacer en las próximas diez horas de trayecto que permanecer sentados mirando por la ventana...Por supuesto, en cada parada que haga el tren vuelven los empujones y las prisas por entrar y salir del vagón a hacer una pausa.

Pero en los espacios entre paradas la vida es bastante más tranquila, la gente va continuamente al famoso “samovar”, un dispensador de agua a 90ºC (alimentado por carbón) que utilizan para consumir los productos estrella del tren:
- té o café soluble: de manera constante y a todas horas.
- pasta o puré de patata desecado: adquiridos en un vaso de porexpan (sí, el de la famosa canción
) que hace las veces de cazuela y plato y se cocina directamente echando agua caliente.

Otra comida popular es la dispensada por las vendedoras de estación, que toman al asalto los vagones cargadas de pescado ahumado (que proporciona un olor imborrable durante horas, incluso aunque nadie compre nada), huevos y patatas cocidas, empanadas...todo ello en unos 5-10 minutos, un espectáculo.


Entre tanta apretura y caos emerge la figura legendaria de la “Provodnitsa” o azafata – sargento, una mujer de mediana edad y un mal humor bíblico cuya función principal es oficialmente mantener el orden y la limpieza en el vagón que tiene asignado, así como controlar la identidad de los pasajeros. Dentro de la rudeza general de los rusos y a lo épico de su figura, no son especialmente desagradables, a menos que quieras utilizar el servicio cuando faltan menos de 45 minutos para una gran estación, en cuyo caso no llegarás a convencerla de que aún está el tren realmente lejos y en las ventanas solo siguen desfilando miles de árboles y no se ve siquiera una casa que justifique el cierre del baño.

Por acabar con el tema de los trenes de larga distancia, la última curiosidad reseñable es el hecho de que circulan con horario propio, que es el de Moscú, independientemente de la franja horaria en la que se encuentren. Es decir, que en una estación pueden ser las 6 de la tarde pero dentro del tren son las 12 del mediodía, por ejemplo. Este horario es también el que enseñan en la parte de la estación en la que paran estos trenes. No hará falta añadir que este fenómeno obliga a todo aquel que tenga previsto realizar trayectos dentro del país a llevar dos relojes y a comprobar varias veces cuánto falta para que venga el tren...

El próximo mes volveremos a Rusia, esta vez con temas más delicados (vida en la urbe, vicios, corrupción), antes de los cuales dejamos algunas anécdotas para nuestros lectores más morbosos, conseguidos tras un concienzudo estudio en campo:

- En Rusia, a la montaña rusa le llaman “montaña americana”, mientras que una ensaladilla rusa de toda la vida es conocida como “ensalada italiana”. Para sorpresa mayúscula, no conocen los filetes rusos.
- En Tartarstán fue imposible encontrar tartar o salsa tártara.
- El papel higiénico no tiene agujero central, sino que es un rollo continuo. Todo un arma de doble filo cuyas ventajas e inconvenientes requerirían por sí mismas unas observaciones monográficas (no descartadas)
- La utilización de mayonesa sobre cualquier alimento es preceptivo si quieres parecer un local.


El observador



El momento jocoso:
http://www.elpais.com/articulo/economia/sueldo/comun/Espana/llega/16000/euros/elpepueco/20110622elpepueco_9/Tes


La cita:
“El espíritu de la corporación, desde las asociaciones estudiantiles y los coros hasta las naciones, no son más que un producto de la necesidad. Es una solidaridad por miedo, por temor y falta de imaginación (…). Los hombres se unen porque tiene miedo los unos de los otros”.
Herman Hesse, Demian


El enlace:
http://colectivosenlared.org/blogs/2011/02/27/entrevista-a-ricardo-verges/

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1 comentari :

  1. Jo baixo aquí que tinc coses a fer...

    Genial, absolutament gràfic.

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