Todo lo que reluce es oro

Si tenéis la fortuna de que os inviten a disfrutar de un tour por el Banco de España, seguro que habrá un par de detalles que no se os escaparán. Al llegar al punto álgido de la visita, después de haber sorteado las dos compuertas de peso y grosor hollywoodiense, os encontraréis ante la última puerta, la que da acceso a la cámara del oro propiamente dicha. El funcionario de turno se adentrará en la oscura habitación y emergerá instantes después blandiendo un puñado de cables. Los conectará a una toma de corriente en el exterior y se hará la luz dentro de la estancia. El otro detalle que os llamará la atención es que las monedas y los lingotes de oro prácticamente brillan por su ausencia. De hecho, apenas ocupan una cuarta parte de la cámara. El resto de estanterías antiguas, vacías y desvencijadas solo brillan por el reflejo de la triste luz fluorescente.


Si sois tan malpensados como este humilde escribiente, atribuiréis el episodio de los cables y la parquedad de las reservas a que vivimos en un país de pandereta. La verdad os dejará en evidencia. Al parecer, que haya que sacar los cables al exterior de la cámara forma parte de las medidas de seguridad. La idea es que no lleguen conductos hasta su interior. En cuanto a lo de las escasas reservas de oro (esa sí que es buena manera de ahuyentar a los cacos), se debe principalmente a dos motivos: 1) todos los bancos centrales del mundo desarrollado han ido deshaciéndose de sus reservas de oro desde que Richard Nixon anunciase el fin de la convertibilidad dólar-oro en agosto de 1971; y 2) no todas las reservas de oro se custodian en la sede del Banco en Madrid; gran parte se conservan en Suiza y Londres para facilitar su compraventa.

Y si las reservas de los bancos centrales no han hecho más que menguar, la cantidad de oro que acumulan los inversores, tanto los institucionales como los pequeños, no ha hecho más que aumentar vertiginosamente. Cosa que no deja de resultar interesante si reparamos en que el oro no arroja ningún tipo de rendimiento: ni renta, ni intereses, ni dividendos. ¿Qué hace al oro tan valioso? Por fortuna, ni siquiera el empeño de los alquimistas medievales logró despojarle de su verdadero valor. Gracias a sus fallidos esfuerzos por dar con la piedra filosofal (la que transmutaría el más común de los metales en el más amarillo de los mismos), el oro ha conservado su característica más preciada: la escasez. Son precisamente la escasez y la tradición los atributos que mejor explican el comportamiento del metal en estos momentos. El proceso de inversión en el oro parece ser el siguiente: El metal es escaso > los inversores creen que otros inversores inducidos por el miedo lo comprarán porque es lo que siempre se ha hecho en estas circunstancias > todos compran > sube el precio del oro. (El miedo aquí es fácil de definir: con las ingentes montañas de deuda que nos hemos procurado, denominadas en papel moneda, ¿en qué se diferencian los billetes que guardo en mi cartera del confeti?)

Independientemente de que su precio siga subiendo o no, la verdadera alquimia para todos los que tengan patrimonio que gestionar es la prácticamente total descorrelación que el oro guarda con otros activos. Mientras que en momentos de máxima incertidumbre todos los activos de riesgo caen, el oro puede bajar, mantenerse o, como en los últimos meses, subir espectacularmente. Es decir, va a su bola. Para los que crean que los miedos persistirán y que los problemas no son de fácil solución, el oro aporta a sus carteras tanto verdadera diversificación como potencial de revalorización. Ahora bien, en cuanto regrese la calma es probable que, como muchos apuntan, el precio del oro tienda a caer. Llegado el momento será una cuestión de tonto el último.


Feliz mes de septiembre,




Òscar Ramírez
oscarramirezbcn@gmail.com

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